domingo, outubro 16, 2005

Un sueño.

Regreso a casa y a mi lado camina un niño, un chaval que yo sé que es malo. El edificio en el que vivo no es igual a como es en realidad, en el bajo hay una librería y a través de un enorme ventanal, que no existe, se ven ─vivo en un primero─ en mi habitación estanterías repletas de libros y de los más extraños cachivaches. Mientras yo miro mi cuarto, el niño se acerca a la librería y vuelve con un volumen en sus manos. «Has roto el cristal», le chillo y comienzo a reñirle hasta que me doy cuenta de que era un libro que estaba fuera. El alféizar del escaparate es un punto de intercambio del bookcrossing.
Empieza a llover lo que hace que me preocupe por los libros, lo más rápido que puedo les echo un vistazo y decido llevarme uno muy viejo que parece una antología de humor gráfico. Cuando ya me voy a marchar descubro que no puedo levantar la pierna derecha pues un montón de perros se agarran a la pernera de mi pantalón con uñas y dientes. No me hacen daño, simplemente me retienen. Son perros pequeños así que paso a la acción, agarro a uno y, cuando no sin esfuerzo lo logro soltar, lo lanzo con todas mis fuerzas lejos pero, nada más tocar el suelo, el can regresa corriendo y se une al resto que continúan inmovilizándome. Desesperado repito la operación hasta que sólo queda un perro. En ese momento veo acercarse a los gatos.

26 de agosto de 2005.

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