domingo, outubro 09, 2005

El dolor.

Quizá leyó alguna vez los artículos de Gonzalo Sánchez-Terán (Carta desde Guinea Conakry) que EL SEMANAL publicó entre octubre de 2002 y febrero de 2005. Hoy, después de enterarme de que es un día en el que el dolor tiene mayor protagonismo aún que normalmente, busqué en mi carpeta de recortes y encontré éste que nos recuerda que que no todo el mundo mira para otro lado cuando se cruza con alguien que llora.

TANTO DOLOR DEBE SERVIR PARA ALGO.
Guinea Conakry, 25 de marzo de 2004

Me enteré tarde y, como pude, donde pude, busqué un teléfono para llamar a mi familia y saber si todos estaban bien. Todos estaban bien. No había ninguna televisión cerca, ningún periódico. La radio emborronadamente hablaba de la estación de Atocha y de doscientos muertos. Doscientos muertos. Es extraño, la misma cifra una y otra vez. Alrededor de doscientos campesinos fueron asesinados a tiros en estos pueblos del sur de Guinea poco tiempo antes de que yo llegara. Alrededor de doscientas personas murieron allá por el mes de abril durante la ofensiva rebelde contra Gbarnga, la segunda ciudad de Liberia. Y aunque nadie contó los muertos, se cree que en torno a doscientos liberianos, la mayoría mujeres y niños, perecieron algunas semanas después ahogados en las aguas del río Saint John, no lejos de mi aldea, tratando de ganar su orilla norte para escapar de las ráfagas de los soldados. En mi memoria, los cadáveres de Madrid se apilaban sobre los cadáveres de esta tierra y apenas se distinguían: blancos, negros, refugiados, emigrantes, musulmanes, cristianos, ateos. Asesinados todos.He llorado como tú. Cuando nos cercenan el corazón así, pensamos mal. Tal vez lo que hoy escribo no tenga mucho sentido, pero creo que lloramos poco, que lloramos por pocos, por los nuestros. Todos los inocentes del mundo mueren a manos de las mismas bestias: mercaderes sin escrúpulos, fanáticos de un dios o de un lugar, y traficantes de llamas. Pero nosotros, los inermes, velamos a nuestros caídos cada uno en su rincón, Irak, Nueva York, Liberia, España. Rezamos por los nuestros, pedimos que se proteja a los nuestros y, sin embargo, temo que mientras haya masacres en África y en Asia, las habrá, más o menos brutales, en Europa y en América. Quizá poco a poco vayamos comprendiendo que nuestros compatriotas son quienes cultivan la paz, dondequiera que hayan nacido. Un hombre que sufre solo es una llaga, una humanidad que sufre junta es una conciencia.No sé muy bien cómo, pero el jefe de esta mísera aldea, Kolouma, ha sabido de los atentados de Madrid. Esta mañana ha venido a preguntarme si quería que los ancianos sacrificaran dos gallinas para que los muertos de mi tierra, según su creencia, hallen pronto la dicha junto con sus ancestros. Le he dicho que sí. Le he dado las gracias.

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