Resumen de lo publicado: Tras emitir su dictamen, Benito Pantaleón despide a don Gregorio Peces-Barba.
Cuando Peces-Barba abandonó el despacho Troche tomó la palabra: «Estamos ante una situación muy complicada… ¿dónde está ahora don Felipe?»; «Ha huido, ─contestó Pantaleón─ un helicóptero le esperaba en la puerta de la Zarzuela y en Torrejón se marchó con un F-16»; «¿Se sabe dónde va?»; «Hacia el norte de Europa, le estamos siguiendo a una distancia prudencial. Pero su ausencia no supondrá ningún problema, los dobles ya están trabajando y ni la Reina Madre ni la Reina Letizia se han enterado de nada… Todo seguirá igual de momento»; «¿Qué debemos de hacer?»; «Tú lo has dicho es una situación complicada, muy complicada…»
«Quizá ─contestó Citric expeditivo─ lo mejor sea lo más sencillo: mantener a los dobles en su papel, embarazar a doña Letizia con el esperma de don Felipe y a él perseguirlo y hacerle desaparecer». El Arzobispo replicó: «Pero… no podemos matar al Rey»; «Él tampoco podría hacerlo»; «La verdad es que se ha complicado la vida sin razón aparente»; «¿Y si, simplemente, lo encerramos de por vida? De acuerdo con lo que ha dicho Peces-Barba sólo cabe actuar al margen de la ley y, de antemano, parece la solución menos traumática. ─terció Duarte─ No podemos matarlo pero tampoco podemos dejarlo libre»; «Sin duda vivo es un problema ─señaló Pantaleón─ en cualquier momento puede querer contar lo que ha hecho»; « Nadie le creerá»; « O sí». El padre Ramón dijo: «Quizá primero debiéramos hablar con él y una vez que sepamos sus intenciones ya podremos decidir»; «Ahora es imposible, no responde a la radio del F-16 y lleva el teléfono portátil desconectado. Supongo que cuando se sienta acorralado intentará ponerse en contacto con nosotros»
«¿Puedo unirme a la persecución?», solicitó Troche. «De momento no, te necesito aquí, es necesario redactar varias opciones argumentales por si las cosas se complican y las tienes que hacer tú personalmente. No podemos contar con tus subordinados»; «Comenzaré ahora mismo pero necesitaré una mínima ayuda, alguien que me sirva de opinión de contraste»; «Pater, ¿le importaría ayudar a Duarte?», era una orden pero Pantaleón guardaba las formas hasta el último detalle. «Como no». Ambos salieron del despacho de jefe.
Cuando Peces-Barba abandonó el despacho Troche tomó la palabra: «Estamos ante una situación muy complicada… ¿dónde está ahora don Felipe?»; «Ha huido, ─contestó Pantaleón─ un helicóptero le esperaba en la puerta de la Zarzuela y en Torrejón se marchó con un F-16»; «¿Se sabe dónde va?»; «Hacia el norte de Europa, le estamos siguiendo a una distancia prudencial. Pero su ausencia no supondrá ningún problema, los dobles ya están trabajando y ni la Reina Madre ni la Reina Letizia se han enterado de nada… Todo seguirá igual de momento»; «¿Qué debemos de hacer?»; «Tú lo has dicho es una situación complicada, muy complicada…»
«Quizá ─contestó Citric expeditivo─ lo mejor sea lo más sencillo: mantener a los dobles en su papel, embarazar a doña Letizia con el esperma de don Felipe y a él perseguirlo y hacerle desaparecer». El Arzobispo replicó: «Pero… no podemos matar al Rey»; «Él tampoco podría hacerlo»; «La verdad es que se ha complicado la vida sin razón aparente»; «¿Y si, simplemente, lo encerramos de por vida? De acuerdo con lo que ha dicho Peces-Barba sólo cabe actuar al margen de la ley y, de antemano, parece la solución menos traumática. ─terció Duarte─ No podemos matarlo pero tampoco podemos dejarlo libre»; «Sin duda vivo es un problema ─señaló Pantaleón─ en cualquier momento puede querer contar lo que ha hecho»; « Nadie le creerá»; « O sí». El padre Ramón dijo: «Quizá primero debiéramos hablar con él y una vez que sepamos sus intenciones ya podremos decidir»; «Ahora es imposible, no responde a la radio del F-16 y lleva el teléfono portátil desconectado. Supongo que cuando se sienta acorralado intentará ponerse en contacto con nosotros»
«¿Puedo unirme a la persecución?», solicitó Troche. «De momento no, te necesito aquí, es necesario redactar varias opciones argumentales por si las cosas se complican y las tienes que hacer tú personalmente. No podemos contar con tus subordinados»; «Comenzaré ahora mismo pero necesitaré una mínima ayuda, alguien que me sirva de opinión de contraste»; «Pater, ¿le importaría ayudar a Duarte?», era una orden pero Pantaleón guardaba las formas hasta el último detalle. «Como no». Ambos salieron del despacho de jefe.
(Continuará)
Publicado en Le Rosaire de l´Aurore número doce, agosto 2005.
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