domingo, xaneiro 08, 2006

Un miedo del narrador.

Tras el conocido caso de Alonso Quejana, Quesada o Quijano, que ya se sabe que en esto no son contestes las fuentes, todos los narradores tienen miedo de provocar en sus lectores un estado de enajenación parecido al del manchego que, a pesar de los fastos oficiales del año pasado, saben que no sería bien recibido por la sociedad ni por las instituciones. Este miedo de los escritores se multiplicó después de que transcendiera a los medios el conocido como affaire Bovary.
Quizá por eso algunos autores, cuando asumen la posición de un tercero objetivo para narrar sus ficciones, se curan en salud advirtiendo a los lectores de que lo que nos cuentan no es verdad. Nos dejan señales (o lo expresan abiertamente) para sacarnos del ensimismamiento en la historia y que paremos mientes en el papel impreso y en la realidad del libro. “¡No te lo creas!” –nos dicen.
Recorremos en un instante, gracias a esos artificios, el camino de la ficción a lo acaecido y nos sorprende lo sumergidos que estábamos ya en el relato.

Tres ejemplos dispares:

La muerte del funcionario. Relato (1883) Antón. P. Chejov.

Una agradable velada, el no menos agradable ujier Iván Dmítrich Cherviakov estaba sentado en la segunda fila de la butaca y miraba con sus gemelos el espectáculo La campana de Corneville, sintiéndose en la cumbre de la felicidad. Pero de pronto… En los relatos se encuentra mucho este “de pronto”. Y los autores tienen razón. ¡La vida esta llena de imprevistos! (…)

[Traducción de don Víctor Gallego Ballesteros para Cuentos. Alba Editorial]

El hombre que era jueves. Capítulo 9. (1908) G. K. Chesterton.

(…) Syme recordaba esos absurdos miedos de ayer como uno recuerda haber tenido miedo al Coco de pequeño. Pero ahora era de día y estaban ante un saludable hombre de anchas espaldas, vestido de tweed, en el que no había nada raro salvo el accidente de sus feos anteojos y que no miraba furioso ni hacía muecas siniestras, sino que se limitaba a sonreír continuamente sin decir palabra. El conjunto daba una sensación de realidad insoportable. Bajo la luz solar cada vez más fuerte, los colores de la tez del doctor, del dibujo de su tweed crecían y aumentaban amenazadoramente, del mismo modo que este tipo de detalles se convierten en algo demasiado importante en una novela realista (…)

[Traducción de doña Alicia Bleiberg para Alianza Editorial]

Los pies por delante, en Cuentos Ciertos (1955) Max Aub.

Le jaleaban, las palmas venían solas al repiquetear del zapateado. Chaquetilla corta, pantalones ajustados que le regalara, con lágrimas en los ojos, el viejo Retana, pese a su fama de avaro. Y botas de caña. Hasta que conoció, al azar de una madrugada tibia, al Marqués de X (como se dice en las novelas) (…)

Estos recursos luego han sido empleado como eficaces armas de la metaficción pero eso es otra historia.

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