Resumen de lo publicado: Alfredo, el chófer de Troche i Poch, haciéndose pasar por editor de LE ROSAIRE ofrece a Sergio B. Landrove un trabajo de encargo: completar la novela por entregas titulada Gerifalte instantáneo.
El despacho de Duarte mostraba los signos de tres intensos días de trabajo: las carpetas se amontonaban abiertas en la alfombra dejando un reguero de documentos, desde la mesa más papeles se precipitaban al suelo según eran desechados por Troche y el prelado compostelano y en la pizarra que ocupaba una de las paredes había un esquema en el que decenas de flechas se entrecruzaban impidiendo a los propios autores descifrar su último sentido. El timbre del teléfono sonó ahogado bajo el mar de papeles. Los dos hombres lo buscaron impacientes por saber la noticia que podía hacerles tener que comenzar de nuevo. Tras varios intentos fallidos Duarte dio con el auricular «Diga»; «Aceptará, señor Troche. ─Alfredo tras la comida llamaba para dar cuenta de su encomienda─ Incluso parece encantado de que sea un trabajo de encargo»; «Muchas Gracias, Alfredo» Tras dirigir un gesto de éxito al Arzobispo, Duarte marcó el número del Secretario General de CEAS. «Señor, ya tenemos un modo de difundir la verdad sin que nadie se la crea y frustrar el eventual retorno de Felipe VI», dijo emocionado; «Abrevia, por favor»; «Editaremos un pasquín en el que se cuente toda la verdad como novela, así no llegarán a nacer rumores porque previamente se habrá difundido como ficción»; «Clásico y eficaz, Duarte ¿has encontrado escritores?»; «Creo que con uno llegará, ─Troche se arrodilló para buscar la ficha de Landrove en uno de los montones que había bajo su mesa pero el arzobispo le hizo una seña indicándole que la tenía en el bolsillo de su pijama─ Alfredo me acaba de confirmar que el número A32-180770 aceptará el encargo» Benito Pantaleón consultó en su computadora el fichero de premios literarios que convoca el CEAS.: «Landrove… Recuerdo que me hablaste de él. Buen trabajo.»
El Secretario General salió de su despacho y se encaminó a la planta superior desde la que Citric seguía la huída del monarca. Pantaleón se sorprendió al ver al estadounidense impecablemente vestido colocado chinchetas sobre un mapa de Europa. «¿Qué sabes del paradero del Rey?»; «Ha intentado despistar a mis hombres pero sabemos que ha parado en los aeropuertos reales de Holanda, Bélgica y Suecia pero parece que ninguno de sus colegas quiere comprometerse dándole más que repostaje y avituallamiento. Ahora creemos que se dirige a ─el dedo de Alexander titubeó sobre el mapa antes de posarse sobre la península de Jutlandia─ …Dinamarca.»
Pantaleón recibió la noticia dando un puñetazo a la pared: «¡Rosencratz!»-dijo con odio. «Efectivamente, señor, allí está el viejo amigo de don Felipe»
El despacho de Duarte mostraba los signos de tres intensos días de trabajo: las carpetas se amontonaban abiertas en la alfombra dejando un reguero de documentos, desde la mesa más papeles se precipitaban al suelo según eran desechados por Troche y el prelado compostelano y en la pizarra que ocupaba una de las paredes había un esquema en el que decenas de flechas se entrecruzaban impidiendo a los propios autores descifrar su último sentido. El timbre del teléfono sonó ahogado bajo el mar de papeles. Los dos hombres lo buscaron impacientes por saber la noticia que podía hacerles tener que comenzar de nuevo. Tras varios intentos fallidos Duarte dio con el auricular «Diga»; «Aceptará, señor Troche. ─Alfredo tras la comida llamaba para dar cuenta de su encomienda─ Incluso parece encantado de que sea un trabajo de encargo»; «Muchas Gracias, Alfredo» Tras dirigir un gesto de éxito al Arzobispo, Duarte marcó el número del Secretario General de CEAS. «Señor, ya tenemos un modo de difundir la verdad sin que nadie se la crea y frustrar el eventual retorno de Felipe VI», dijo emocionado; «Abrevia, por favor»; «Editaremos un pasquín en el que se cuente toda la verdad como novela, así no llegarán a nacer rumores porque previamente se habrá difundido como ficción»; «Clásico y eficaz, Duarte ¿has encontrado escritores?»; «Creo que con uno llegará, ─Troche se arrodilló para buscar la ficha de Landrove en uno de los montones que había bajo su mesa pero el arzobispo le hizo una seña indicándole que la tenía en el bolsillo de su pijama─ Alfredo me acaba de confirmar que el número A32-180770 aceptará el encargo» Benito Pantaleón consultó en su computadora el fichero de premios literarios que convoca el CEAS.: «Landrove… Recuerdo que me hablaste de él. Buen trabajo.»
El Secretario General salió de su despacho y se encaminó a la planta superior desde la que Citric seguía la huída del monarca. Pantaleón se sorprendió al ver al estadounidense impecablemente vestido colocado chinchetas sobre un mapa de Europa. «¿Qué sabes del paradero del Rey?»; «Ha intentado despistar a mis hombres pero sabemos que ha parado en los aeropuertos reales de Holanda, Bélgica y Suecia pero parece que ninguno de sus colegas quiere comprometerse dándole más que repostaje y avituallamiento. Ahora creemos que se dirige a ─el dedo de Alexander titubeó sobre el mapa antes de posarse sobre la península de Jutlandia─ …Dinamarca.»
Pantaleón recibió la noticia dando un puñetazo a la pared: «¡Rosencratz!»-dijo con odio. «Efectivamente, señor, allí está el viejo amigo de don Felipe»
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