Las tropas de voluntarios llegadas de Euskadi reforzaron el frente de Zamora proporcionando un pequeño respiro que a duras penas permitía alegrarse. La guerra estaba perdida de antemano, sólo cabía mantener las posiciones mientras fuera posible para organizar la evacuación del superpoblado Reino de España. Los gobernadores militares de Salamanca y Segovia no podían abastecer a los miles de desplazados que cada día lograban atravesar las fronteras. En los campos de refugiados el reparto de alimentos acostumbraba a terminar en masacre. La ayuda de las Naciones Unidas se retrasaba por el acuerdo entre Israel y Palestina que impedía al Consejo de Seguridad reconocer al gobierno militar español. Además la declaración de libertad de culto en Al Andalus había sido una hábil maniobra del Califa con la que consiguió que muchos (cientos de miles) africanos y sudamericanos se quedasen en el sur, que comenzaba a recuperarse de los efectos de la guerra, antes de desplazarse al inestable norte. La espuria definición de Al Andalus como estado aconfesional unida a la firma por sus representantes de los más importantes convenios internacionales de protección de los derechos humanos, permitieron nuevas alianzas, sobre todos con paises del tercer mundo que llevaban décadas esperando el momento para “vengarse” del opulento norte. Varios ejercitos subsaharianos se ofrecieron para reforzar el frente catalán y hacer posible la invasión de Francia. Tras varios siglos ellos volvían a escribir la historia y, mientras el Regente llamaba a la larga guerra española“invasión”, el Califa, y con él la mayor parte de la comunidad internacional, la denominaba “reconquista”.
mércores, xaneiro 11, 2006
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