«Ya no quedan entradas para la actuación que esta noche dará en el Teatro Municipal el virtuoso Igor Trolichevonski que ha logrado arrancar a los más exigentes auditorios largas ovaciones –el locutor leía la nota de prensa remitida por el propio Teatro- Su fusión de lo clásico con la improvisación jazzística hace que cada uno de sus conciertos sea único e irrepetible» De hecho no pocos ricos melómanos seguían al maestro en su gira por lo que el resto de las reseñas que los medios dedicaban al concierto se centraban en los famosos que asistirían al recital. La presencia de tres estrellas de hollywood, del propietario de una multinacional del textil e, incluso, de la Secretaria General de las Naciones Unidas eclipsaba a los famosos nacionales, autonómicos y locales. Éstos tendrían su momento de gloria la semana siguiente en la que podrían comentar las palabras que se cruzaron con el novelista de moda, con la más universal de nuestras cineastas o con el Presidente de la Diputación Provincial.
Trolichevonski, el violinista ucraniano, había llegado a la ciudad el día anterior por lo que pudo dedicar la mañana del concierto a conocerla, ir de compras a un centro comercial y comer en una pequeña taberna del casco histórico. Lujos que le permitía el ser aún un rostro desconocido para el gran público. Después regresó al hotel para su siesta y, al despertar, una melodía había invadido su cabeza impidiédole pensar en otra cosa. La tarareó y comprobó que no le disgustaba. La interpretó con su violín. El tempo no le satisfizo plenamente y se pasó el resto de la tarde haciendo pruebas, grabándolas en su magnetófono, y escuchándolas arrebatado por el impulso creativo. Finalmente decidió que ese sería el tema central de las variaciones de esa noche.
Al finalizar su interpretación los famosos planetarios le ovacionaron inconscientes, los nacionales también aplaudieron aunque algo sorprendidos. Las celebridades autonómicas y locales batían palmas ruborizadas preguntándose cuál de las facetas de la genialidad (la provocación o la soberbia) había llevado al reputado violinista a interpretar durante dos horas variaciones a la canción del verano.
Trolichevonski, el violinista ucraniano, había llegado a la ciudad el día anterior por lo que pudo dedicar la mañana del concierto a conocerla, ir de compras a un centro comercial y comer en una pequeña taberna del casco histórico. Lujos que le permitía el ser aún un rostro desconocido para el gran público. Después regresó al hotel para su siesta y, al despertar, una melodía había invadido su cabeza impidiédole pensar en otra cosa. La tarareó y comprobó que no le disgustaba. La interpretó con su violín. El tempo no le satisfizo plenamente y se pasó el resto de la tarde haciendo pruebas, grabándolas en su magnetófono, y escuchándolas arrebatado por el impulso creativo. Finalmente decidió que ese sería el tema central de las variaciones de esa noche.
Al finalizar su interpretación los famosos planetarios le ovacionaron inconscientes, los nacionales también aplaudieron aunque algo sorprendidos. Las celebridades autonómicas y locales batían palmas ruborizadas preguntándose cuál de las facetas de la genialidad (la provocación o la soberbia) había llevado al reputado violinista a interpretar durante dos horas variaciones a la canción del verano.
Ningún comentario:
Publicar un comentario