A veces suceden cosas que parecen responder mejor a la libre asociación de los sueños que al causalismo cotidiano. En los últimos meses he tenido la suerte de ser testigo de dos de estos acontecimientos.
El primero fue en verano aunque no sabría precisar el mes. A eso de las ocho de la mañana me dirigía al trabajo y cuando pasé por un solar sin edificar que hay en el centro de mi ciudad* vi como de un coche pequeño, creo que un 127, se bajaba un hombre de unos cincuenta años. Avanzó por el solar se agachó y dejó algo en el suelo. Se levantó, miró a uno y otro lado y encendió un cigarrillo. Se puso de cuclillas y acercó el pitillo a lo que había depositado en la tierra. Dio cuatro zancadas alejándose y sonrió mientras cada uno de los petardos de la traca iba estallando. Se subió al pequeño utilitario y sin dejar de sonreír se alejó del lugar.
Hace dos semanas llovía y cuando a la una de la tarde volvía del trabajo pasé por el descampado, ahora que lo escribo me resulta curioso que las dos escenas se hayan desarrollado en aquel lugar, delante de mí por la acera iba un hombre que rondaba la sesentena que protegía su cabeza de la lluvia con una bolsa de plástico de un supermercado. Se paró un segundo y sacó del bolsillo de su gabardina uno de esos espejos, pequeños y redondos, que se usan para maquillarse fuera de casa y tras mirarse de frente y de perfil y colocarse más a su gusto la bolsa continuó su paseo.
Aunque lo parezcan no fueron sueños. Yo estaba despierto y seguro que las actitudes de mis vecinos tienen una explicación aunque quizá sea mejor no saberla y, simplemente, abrir los ojos para descubrir estos oasis en la rutina de cada día.
El primero fue en verano aunque no sabría precisar el mes. A eso de las ocho de la mañana me dirigía al trabajo y cuando pasé por un solar sin edificar que hay en el centro de mi ciudad* vi como de un coche pequeño, creo que un 127, se bajaba un hombre de unos cincuenta años. Avanzó por el solar se agachó y dejó algo en el suelo. Se levantó, miró a uno y otro lado y encendió un cigarrillo. Se puso de cuclillas y acercó el pitillo a lo que había depositado en la tierra. Dio cuatro zancadas alejándose y sonrió mientras cada uno de los petardos de la traca iba estallando. Se subió al pequeño utilitario y sin dejar de sonreír se alejó del lugar.
Hace dos semanas llovía y cuando a la una de la tarde volvía del trabajo pasé por el descampado, ahora que lo escribo me resulta curioso que las dos escenas se hayan desarrollado en aquel lugar, delante de mí por la acera iba un hombre que rondaba la sesentena que protegía su cabeza de la lluvia con una bolsa de plástico de un supermercado. Se paró un segundo y sacó del bolsillo de su gabardina uno de esos espejos, pequeños y redondos, que se usan para maquillarse fuera de casa y tras mirarse de frente y de perfil y colocarse más a su gusto la bolsa continuó su paseo.
Aunque lo parezcan no fueron sueños. Yo estaba despierto y seguro que las actitudes de mis vecinos tienen una explicación aunque quizá sea mejor no saberla y, simplemente, abrir los ojos para descubrir estos oasis en la rutina de cada día.
*Para los que conozcan Ponferrada me refiero al descampado que hay entre la Biblioteca Municipal y el Instituto Álvaro de Mendaña.
3 comentarios:
Fuches retado por PERIFÉRICOS
Muy onírico, ciertamente. O kafkiano.
Puede que lo parezca pero sucedió de verdad, amigo Ricardo.
Gracias por pasarte por aquí.
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