luns, xaneiro 23, 2006

Pequeños tesoros.

Todos los días, a eso de las ocho, bajaba por la Avenida revisando los contenedores, “Están llenos de tesoros –me dijo cuando reuní valor y hablé con ella─ la gente tira cosas nuevecitas”. Comenzaba por el basurero que está junto a la frutería: allí, en cajas de cartón, dejan lo que tiene mal aspecto, lo que nadie compra. Ella examinaba lentamente las piezas y seleccionaba lo que aún eran aprovechable. “Con estos plátanos pasados me hago una papilla excepcional”
Siempre pensé que su casa sería como un enorme trastero lleno de cajas, ruedas, somieres, televisores... Con una vieja escoba sujetó la tapa del primer contenedor y dirigió su linterna (“la encontré tirada y aún funciona”) al interior, sacó varias revistas “entretienen igual las retrasadas”. Leía mucho y de todo: periódicos, libros, pornografía, tebeos y fascículos inverosímiles. Los contenedores son una enorme biblioteca, “más aún desde que han puesto esos azules, aunque para sacar revistas de fondo hace falta mucha maña” presumía otro día acariciando un gancho que llevaba siempre colgado del cinto. Desde aquella primera conversación hubo otros encuentros “A mi el reciclaje me ha facilitado las cosas mucho y eso que la gente no termina a acostumbrarse a separar”. Removía el interior de los contenedores con el gancho, levantaba una bolsa y la sostenía en el aire unos segundos, intentando averiguar, por el peso, su contenido. Sacaba alguna y, ya en la acera, la registraba. Así todos los días. “A veces, una se encuentra cosas insospechadas ──afirmó señalando un broche de plata que llevaba en la solapa─ ¿lo tirarían por error? Quizá tuviera prendidos malos recuerdos...” Todos los días el mismo recorrido, empujando la silla de ruedas avenida arriba primero y después, cuando ya la suele llevar cargada de los pequeños tesoros de cada día, avenida abajo de vuelta a casa. “Estas cajas de madera de la frutería son muy buenas para hacer fuego en invierno, prenden muy bien” Le dije que tuviera cuidado porque hacer fuego en casa era muy peligroso. Se rió con sus dientes oscuros “No te preocupes, sé cuidarme” Yo temía leer en el periódico su muerte como tantas otras: “un caso más del síndrome de Diógenes cada vez más frecuente bla, bla, bla...” hoy, en el trabajo, comentaban la muerte de “esa señora que rebuscaba en los contenedores, ¿sabes quién te digo?” Yo lloré en silencio la pérdida de mi amiga: otro pequeño tesoro.

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