luns, marzo 31, 2008

Coplas de la infancia de mi abuela, por Rodrigo Osorio. (XVIII)

Por aquellos años hizo
obras el Ayuntamiento:
asfaltó bastantes calles,
puso aceras de cemento.
Las casas estaban hechas
siguiendo antiguo modelo
para hacer las novedades
hubo que tirar primero
muchos de los corredores
que ocupaban el terreno.
Las escaleras externas
eran el único acceso
así que los más vecinos
haciendo escalas se vieron.
Todos menos Pepe, tío
de Ignacia que estaba lelo
y al que,por la caridad,
le dio escalera el Concejo.
Tío Pepe compartía
la casa con otra gente
que no hizo su escalera
dejando obra pendiente
«Mientras no hacemos la nuestra
usaremos la de Pepe»
El tío asiente riendo
porque ningún mal presiente.
Pepe ganaba unos cuartos
haciendo de campanero,
también hacía recados
para la gente del pueblo
que le pagaba en especie:
cachos de pan de centeno,
un chorizo, unos repollos…
¡De lo que iban teniendo!
Estando todos en casa
entra Pepe enfadado
por sus gestos y sus voces
se ve que está asustado.
Don Manuel muy pronto entiende
lo que le dice su hermano:
«Le han robado la comida
¡han sido los descastados!»
Aprovechando que suben
por escaleras ajenas
los vecinos de Pepín
le vaciaron la despensa.
Don Manuel muy irritado
va al cajón de la herramienta,
saca clavos y martillo:
«¡Se les acabó la fiesta!
Les atranco para siempre
esa puñetera puerta
y si quieren ir a casa
¡que entren por la azotea!»,
va gritando por la calle
don Manuel a quien lo oyera.
De dos zancadas él sube
por la causa del problema.
Atraviesa dos listones,
comienza a sellar la puerta.
A los golpes del martillo
los vecinos ya salieran,
a puntapiés y puñadas
quieren parar la obra nueva.
Don Manuel que está enfadado
no repara que son hembras
y usando uñas y dientes
va y se defiende de ellas.
Han seguido a don Manuel,
Angustias y la compaña
cuando llegan a la casa
se meten en la batalla.
Al auxilio de la gente
llega bien pronto la Guardia,
los llevan a todos presos
por discutir a patadas.
Ignacia que fue al mercado
por su madre encomendada
cuando vuelve se la cruza
por la pareja esposada.
«¡Ay, Dios mío! ¿Qué ha pasado? »,
se pregunta la chavala
cuando ve entre los presos
al padre y a su hermana.
«¡Tranquila, Ignacia, no temas
que no nos va a pasar nada!»,
dice Angustias, pero miente
que se le nota en la cara,
«Vete y cuida a los pequeños
y quédate quieta en casa
que dentro de un rato estamos
ya todos juntos de cháchara»
Los Guardias se ríen de esto
que su madre le contaba:
«Señora, no mienta a su hija
que la buena temporada
que va a pasar entre rejas
no nació quien la quitara»
Después de oir estas cosas
se marcha llorando Ignacia.
De repente no recuerda
lo que madre le encargara:
«¿Qué paquete era para ellas?
¿Cuál para la tía Juana?»
Sale corriendo y corriendo
y los alcanza en la Plaza.
«Madre, ¿qué paquete es nuestro?»
«El grande. El otro, Ignacia,
llévaselo a la tía antes
de ir para nuestra casa»
Teruelo, uno de los guardias,
se mete con la rapaza.
Ignacia, del miedo que tiene,
le saca una lengua larga.
«Venga, niña, si no quieres
quedarte aquí encerrada
más te vale ir corriendo
derechita para casa»
Cuando va a doblar la esquina
que la lleva a su morada
ya escucha gritos y llantos:
¡ya está la gente enterada!
Se guarda pronto en cocina,
y allí de llorar no para
con sus hermanos y abuelo
y es tanto el miedo que pasan
que se olvidan de cenar
y de marchar a la cama.
A eso de las doce y media,
era la noche mediada,
abren la puerta de fuera:
¡a los presos liberaran!
El señor Guerra volvió
de un viaje en el que estaba
y al saber de la noticia
por la familia mediara
porque don Manuel, el padre,
para él bien trabajaba
y se habían hecho amigos
entre jornada y jornada.

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