xoves, marzo 20, 2008

Coplas de la infancia de mi abuela, por Rodrigo Osorio. (VII)

Un día que llueve mucho,
¡un diluvio a la berciana!,
Angustias manda a la niña
a llevar almuerzo al papa.
Le pone bajo el bracito
una olla con pescada
y en la otra mano le calza
un gigantesco paraguas.
Avanza a pasitos cortos
contra el viento, contra el agua
hasta llegar a la viña
donde don Manuel podaba.
La lluvia parece niebla
y la su vista nublaba
avanza por el camino,
carreterita encharcada.
La viña está en un alto
padre conoce paraguas
y por la altura bien sabe
que debajo va la Ignacia.
Sin pensar en otra cosa
con la mano la señala,
desde lo alto del teso
muy contento él la llama.
Pero el silbido del viento,
la lluvia espesa, y las ganas
escasas de trabajar
tienen a Ignacia engañada.
No reconoce a su padre
en aquel hombre con barba
que parece un enanito
o un trasno deses que hablan
de noche en los filandones
que tanto miedo le daban.
Don Manuel baja la cuesta
dispuesto para ayudarla
pero cuando ve que se acerca
su hija piensa: «¡Virgen Santa,
ahí viene ese enanito
a robarme la pescada!»
Suelta el paraguas y esconde
la pota bajo la falda,
y corre y corre chillando:
«¡Auxilio que este me mata!»
Los demás agricultores
se ríen de la chavala
y don Manuel, hombre fuerte,
en un santiamén la alcanza:
«¡Ignacia, estate tranquila
que no pasa nada, nada
que soy tu padre ¿no ves?
El mismo que viste y calza»
Cuando Ignacia se convence
de que estaba engañada
le da la mano a su padre,
se meten bajo el paraguas
y van juntos a la viña
a dar cuenta de pitanza.
En la olla va un guisado
con pescadilla y patata.
«¡Tenemos suerte que llueve
y no se acaba la salsa!»,
dice don Manuel chistoso
para hacer reir a Ignacia.

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