xoves, marzo 13, 2008

Coplas de la infancia de mi abuela, por Rodrigo Osorio. (II)

Eran años de pobreza
(y no sólo en Cacabelos)
la tierra daba muy poco,
los sueldos un tanto menos.
No hay mucho donde comer
y hay que ser listo: ¡el primero!
Por eso la niña Ignacia
siempre se da un paseo
por las cocinas humeantes
de sus señores abuelos
y donde ve el mejor plato
allí aposenta el trasero
y come lo que le dan
como diez lobos hambrientos.
Octubre del 34,
huele la nena a pimientos,
cachelos y bacalao que
Basilisa puso al fuego
«Hoy como aquí ¡Cómo huele!»
piensa para sus adentros
Ignacia Blanco que ya
de gusto se está relamiendo.
Llega la hora de la cena,
la pota ya está en el centro,
las cucharas preparadas,
los vasos… «¿Pero que veo?»,
dice doña Basilisa,
«¡Falta el vino! Un momento:
¡Dionisio baja y traélo
que no presta comer seco!»
El abuelo se levanta,
al corredor sale lento,
comienza a bajar la escala
¡y ve a todo un ejército!
Rápido vuelve a la casa:
«Basilisa yo no quiero
beber vino con la cena
¡que han llegado los mineros!»
«¿Pero que dis Dionisio?
¡Qué minera, ni minero!
Deja que ya bajo yo
que tú tienes mucho miedo.»
Basilisa precavida
abre la puerta con tiento,
primero saca cabeza y
ve armados a los mineros.
«Hoy cenaremos sin vino»,
anuncia sin miramientos.
Cuando ya van a comer
de aquellos buenos pimientos
restralla el primer disparo
de las hordas de mineros
a Ignacia le entra un tembleque,
una desazón, un miedo
que se le olvida hasta el hambre
y las ganas de cachelos.
Los tiros se oyen cerca,
luego un poquito más lejos
éstos son de los Civiles
y aquellos de los mineros
que vienen pidiendo lo suyo
y han bajado de Fabero
armados hasta los dientes
contra Guardia en Cacabelos.
Así, bajo los disparos
pasa lentísimo el tiempo
y mientras los demás comen
Ignacia toda es un tiemblo.
Después de un rato bien largo
llega su madre corriendo:
«¡Buenas noches, Basilisa!
¿Estáis todos bien? ¿Enteros?
Hace un rato que quedé
en llevar a Manuel esto»,
dice enseñando una olla
que lleva la cena dentro,
«Pero con el tiroteo
no fui hasta lo de Garnelo»;
«No te preocupes, Angustias,
parece que va remitiendo
espera un rato y si escampa
la guerra del firmamento
vamos hasta el alambique
¡Y a Manuel nos lo traémos!»
Al rato acaban los tiros
y las dos recorren presto
el camino que las lleva
hasta el sitio de Garnelo.
«¡Vámonos, Manuel, apaga
el alambique corriendo!
¡Vamos a casa no sea
que vuelvan los tiroteos!»

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