luns, abril 24, 2006

Apuntes para una filología del camelo ( V )

DEL NONSENSE, EL TRAMPINTÁN, EL MOMECICLO Y OTROS CAMELOS.
EL MOMECICLO O CAMELONCIO ( y II.).


Aunque Jardiel Poncela no goza el reconocimiento que merece en nuestra historia de la literatura (basta ver las sucintas referencias en los libros de texto) no le faltan discípulos que han transitado las sendas del momeciclo. Uno de ellos es su nieto (sé que el parentesco puede espantar a los lectores pero antes de prejuzgar lean alguna de sus obras en su excelente —y descacharrante- ciberbitácora Humoradas), don Enrique Gallud Jardiel, de su blog tomo el siguiente sinsentido (en el que el espíritu propio del momeciclo se mezcla con una sátira implacable):


Foruncios corviplastos: qué son, cómo se crumean y otras normas de mantenimiento (Artículo técnico para especialistas.)



Las filurcias que esconsan el tereo de la mirtina no son en absoluto lo que procia en la mangoncia de sus cobertinos. Esto, empero, no es curbia para que tenga lugar la fergolia impridente de la que se garza el cormo y el foruncio. Antes, quizá, hubiéramos podido prociar la bastulfa, pero no con una filorga intraducente.Decimos, en la dasca de la tisma, que las halapandas orpeadas se ringen mucho cuando se las vorga estupordándolas en seco, pero no siempre ni sin riesgo para la voma. Por ello, los sirmites de la colanda no se polean, pues podrían dar lugar a gruscos descosos que inutilizarían el crumeado.Hay tres jincorgos accesorios que se fulgen en las molindas: el pilorcio trascón, el costulio de níquel y las zimurgas del vilente. Bajo presión, el primero murgue y los dos últimos casi puede decirse que trimecan. No procede escorfilar las pelordias canlinas en solitario, porque eso opadaría el borcio, creando las consiguientes furciones escrofílicas, que pueden ser muy peligrosas para el zilupio. ¿Qué se puede hacer? Lo primero, agorciar el jaluncio de superficie y no dejarle que se mueva ni un morgo. Cuando se le tenga bien agorciado hay que fiscarle los himetropos positivos con cuidado y mulis. En el momento preciso de la lorcia, giscarle los bescos ruscos uno a uno y siguiendo los moschos indicados en la jotima exterior. Así se reduce el riesgo de andojes inesperados.


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Y, modestia a un lado, yo mismo ha intentado seguir los pasos de mi admirado EJP fabricando un híbrido de nonsense y lunfardo que los amigos de Le Rosaire de l´Aurore tuvieron a bien publicarme en su número cinco (enero de 2005):


EPITAFIO A JOSÉ BIOBARDI
Quizá la juventud de nuestros lectores sea la causa del desconocimiento que muestran en relación con el epitafio que nuestro colaborador Laureano Halfmöngrison escribió, en su día, para mantener viva la memoria del tanguista José Biobardi al que nuestro director hizo referencia en sus Comentarios Amperpapigios del número de diciembre como cosa conocida por el común de los mortales. Tras no recibir ninguna carta preguntando por el particular y considerando la cuestión como de evidente interés reproducimos a continuación toda una primicia editorial relacionada con el tema, el comentario que don Aquilino Fernández Artelo, insigne etnógrafo berciano discípulo de Dionisio L. Ruipérez, piensa dedicar al mencionado epitafio en su esperadísimo libro que rezamos para que encuentre editor Mil y un epitafios. Homenaje a Laureano Halfmöngrison.

“(…) Un ejemplo claro de esa adaptación a otras concepciones de la muerte, e incluso a otros idiomas, es el conocido epitafio que Halfmöngrison dedicó al tanguista José Biobardi. Asimismo estos versos manifiestan la profunda sensibilidad y receptividad del autor islandés para la esencia de otras culturas, especialmente las mediterráneas. Biobardi fue un conocido cantante de tangos bonaerense que en la década de los veinte compitió en justa lid con Gardel por el cetro del Rey del tango, su querencia por la bohemia y el hampa y su nulo control de sus más bajas pasiones le hicieron ser mucho mejor cantante, autor e intérprete que don Carlos pero menos de fiar para las compañías discográficas y, por lo tanto, menos “comercial” por lo que hoy es desconocido y sólo disfrutado por un selecto grupo de sibaritas. José Biobardi falleció, como no podía ser de otro modo, en una reyerta que tuvo como escenario un modesto lupanar, hoy visitado por muchos de sus seguidores. En su lápida se puede leer:

“Me abocané,
juro amigos,
que torimé jalonado”

Conviene, para mejor entender las virtudes del poema, precisar el sentido de las palabras. El significado del verbo abocanar parece evidente y la consulta a los especialistas confirma la intuición del lector, abocanar es morir. En cuanto a la perífrasis torimar jalonado The Boston Dictionary of Cameloncio, Momeciclo & Lunfardo (Boston University Press, 1979) afirma que significa “Acabar satisfecho. Aprovechar una oportunidad hasta las últimas consecuencias. Saciar plenamente el apetito. V. gr. ¿Qué tal la cena?; Torimé jalonado” El obituarista nórdico lleva el tema del carpe diem, con una precisión increíble, a la vida en los bajos fondos de los compadritos, espacio en el que, como dijimos, murió Biobardi después de apurar el cáliz de la vida hasta las heces.”

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