domingo, abril 02, 2006

CRÓNICAS RETROACTIVAS ( II )

HUMOROTECA DE L´AURORE.

O TREM QUE LEVA-ME…

17-12-2216. No sé como empezar esta segunda crónica. ¿Describo las ciudades? ¿Las viviendas? ¿La forma de vida? ¿A la gente? «Vete de lo general a lo particular», me recomienda mi yo periodista, pero como mi percepción fue caótica al enfrentarme al conjunto de una vez y sin preparación debo intentar trasladárselo así.
Mi asistente Cicerone ─tras salir del Centro de Adaptación de la Compañía─ me dijo que lo más oportuno era que fuese a mí casa «Para ello será necesario coger un “trem” hasta el nivel 2» Me callé, no quería empezar con una cascada de preguntas: ¿Trem?, ¿Nivel? Decidí dejarme llevar y, en tanto me dieran por sabedor de algo, no preguntar aunque supe que esa actitud me pondría en ridículo no pocas veces. « ¿Dónde cogemos el “trem”?»; «Quizá lo mejor sea trasladarse en “porter” hasta el cuadrante A-10 y coger uno directo a su barrio» Ya me había perdido: ¿Porter? ¿Cuadrante? «Guíame Cicerone»
Salimos a la calle (por primera vez estaba al aire libre desde mi regreso a la Tierra) pero justo en la puerta había un objeto opaco y negro de forma aerodinámica. «Subamos, señor, es nuestro “porter”», me dijo Cicerone. Era inevitable « ¿Cómo se sube?», «Perdone, señor, acérquese a él.» Al acercarme uno de sus laterales comenzó a hacerse transparente hasta desaparecer, dentro un sillón bastante confortable me esperaba. Sentado en él las “paredes” eran transparentes de tal manera que daba la sensación de ir montado en una butaca a gran velocidad pero los “porters” desde fuera eran opacos (no podía ver el interior de los otros vehículos con los que nos cruzamos) En apenas un minuto el vehículo se detuvo, realmente sólo había apreciado su movimiento en la rapidez con que pasaban los edificios a mi lado, dentro del “porter” era imperceptible. « ¿Qué tal su primera experiencia, señor?», «Ha sido un viaje agradable pero ¿no podría hacerse más lento para ver la ciudad? », «Si me lo hubiese dicho antes hubiéramos cogido la “autorúa”». No pregunté aunque cada vez me costaba más hacerlo.
Nuestro vehículo (que desapareció calle arriba tras bajarnos de él ) nos había dejado frente a un edificio de época que habría llamado la atención ya a principios del XXI, era una estación de tren de un estilo modernista tan puro que sólo podía ser recreada. Dentro nada era coherente con su aspecto exterior, no había ni taquilla, ni vías, ni ferrocarriles sólo una enorme sala dividida en dos niveles, el primero de ocio ─supuse que la sala de espera─ donde vi a varias personas tomando “algo” (ya les describiré las comidas y bebidas) mientras en el otro nivel doce enormes “porters” flotaban a diez centímetros del suelo. Nadie llevaba maletas, no había megafonía, nada hacía pensar en viajes. «¿Son esos los “trems”?», «Sí, señor.»,
«¿Cuándo sale el mío?», «Cuando subamos a él. ¡Vamos!» ─replicó sin inmutarse Cicerone. Hubiera preguntado si era el propio Cicerone el que indicaba nuestro destino a los vehículos, cómo se pagaba y, lo que más me preocupaba, cuánto costaban los viajes… En el caso de que fuesen muy caros puede que estuviese a punto de terminar con mis 100 euros. De pie, en medio del andén, me planteaba estas cosas cuando un hombre me gritó algo que no entendí. «Suba al “trem” el ciudadano tiene prisa.» El procedimiento era el mismo que para el “porter” su interior era más amplio pues era una auténtica sala de estar con librería y una nevera bien surtida. Todas las paredes eran opacas menos una, la frontal, por la que se podía ver el camino. El “trem” comenzó a moverse lentamente hasta que abandonó la horizontalidad y, ya en picado y a gran velocidad, se precipitó al Nivel 2 en el que me esperaba ¿mi casa?

Publicado en el número trece de Le Rosaire de l´Aurore, septiembre 2005.

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