No pudo quitarse en todo el día el olor de las mandarinas de sus dedos. Ni siquiera después de lavarse tres veces las manos. Tampoco tras arrancarle el corazón, sin más ayuda que la de un cuchillo, a aquel cabrón que tanto mal había hecho a su familia.
luns, novembro 28, 2005
Mandarinas.
Publicado por Sergio B. Landrove el 28.11.05
Sección o secciones: Cuentos., Restralletes
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