Resumen de lo publicado: El Arzobispo logra solucionar, gracias a sus conocimientos esotéricos, el problema de la destrucción del material genético borbónico.
A la mañana siguiente mi teléfono móvil sonó. «Muy buenos días. ¿Es usted Sergio B. Landrove?», «Sí»-contesté. «Le llamo de Ediciós da mitocondria. Hemos leído alguno de sus relatos y creemos que tenemos un trabajo que puede interesarle.»Me pareció increíble pero la vanidad y la enorme ilusión no me permitieron pensar demasiado. «Si usted quiere podríamos quedar mañana y se lo cuento ¿Le parece bien a la hora de comer?» Fijamos la cita. Pasé el resto del día ordenando y pasando a limpio mis cuentos, los esbozos de novelas y hasta las cartas al director que he escrito. El alma se me cayó a los pies al ver el insignificante volumen de mis obras completas.
Media hora antes de la cita ya estaba esperando en la puerta de un popular (y caro) restaurante. Cinco minutos después, un enorme beemeuvedoble negro aparcó frente al establecimiento. Del coche se bajó un hombre alto y corpulento con una nariz irregular que le daba aspecto de boxeador retirado. « ¡Mal Polonia recibe al extranjero!» ─recitó abriendo el paraguas. Yo estaba tan nervioso que no me había percatado de que llovía. «Supongo que será el señor Landrove, ─me dijo─ le imaginaba más joven. Me llamo Alfredo J. Allen. ¿Tomamos algo antes de comer? »
Durante el piscolabis me explicó que su pequeña editorial acababa de lanzar un pasquín humorístico que, con el tiempo, pretendían vender a una publicación periódica pero antes debían demostrar su funcionamiento y la buena acogida de los lectores. «Ahora llevamos cinco meses ─me entregó una carpeta con los primeros números─ y queríamos incorporar una novela por entregas de intriga para fidelizar lectores. A uno de nuestros colaboradores se le ocurrió una buena idea pero, desgraciadamente, falleció el mes pasado y tras leer algunos de sus relatos, especialmente “El libre albedrío”, creemos que usted es el más indicado para continuarla. Dejó escrita la primera parte y esbozado todo el desarrollo pero, si acepta continuarla, le permitiremos que la ajuste a su estilo. En la carpeta tienen los primeros capítulos.»
Saqué los folios y sólo pude sonreír al leer el título: “Gerifalte instantáneo”. Sonaba muy bien.
A la mañana siguiente mi teléfono móvil sonó. «Muy buenos días. ¿Es usted Sergio B. Landrove?», «Sí»-contesté. «Le llamo de Ediciós da mitocondria. Hemos leído alguno de sus relatos y creemos que tenemos un trabajo que puede interesarle.»Me pareció increíble pero la vanidad y la enorme ilusión no me permitieron pensar demasiado. «Si usted quiere podríamos quedar mañana y se lo cuento ¿Le parece bien a la hora de comer?» Fijamos la cita. Pasé el resto del día ordenando y pasando a limpio mis cuentos, los esbozos de novelas y hasta las cartas al director que he escrito. El alma se me cayó a los pies al ver el insignificante volumen de mis obras completas.
Media hora antes de la cita ya estaba esperando en la puerta de un popular (y caro) restaurante. Cinco minutos después, un enorme beemeuvedoble negro aparcó frente al establecimiento. Del coche se bajó un hombre alto y corpulento con una nariz irregular que le daba aspecto de boxeador retirado. « ¡Mal Polonia recibe al extranjero!» ─recitó abriendo el paraguas. Yo estaba tan nervioso que no me había percatado de que llovía. «Supongo que será el señor Landrove, ─me dijo─ le imaginaba más joven. Me llamo Alfredo J. Allen. ¿Tomamos algo antes de comer? »
Durante el piscolabis me explicó que su pequeña editorial acababa de lanzar un pasquín humorístico que, con el tiempo, pretendían vender a una publicación periódica pero antes debían demostrar su funcionamiento y la buena acogida de los lectores. «Ahora llevamos cinco meses ─me entregó una carpeta con los primeros números─ y queríamos incorporar una novela por entregas de intriga para fidelizar lectores. A uno de nuestros colaboradores se le ocurrió una buena idea pero, desgraciadamente, falleció el mes pasado y tras leer algunos de sus relatos, especialmente “El libre albedrío”, creemos que usted es el más indicado para continuarla. Dejó escrita la primera parte y esbozado todo el desarrollo pero, si acepta continuarla, le permitiremos que la ajuste a su estilo. En la carpeta tienen los primeros capítulos.»
Saqué los folios y sólo pude sonreír al leer el título: “Gerifalte instantáneo”. Sonaba muy bien.
Publicado en Le Rosaire de l´Aurore, número quince. Noviembre de 2005.
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