Gracias a una peculiar máquina del tiempo, que no es más que un par de pedales en un soporte, logro viajar al pasado. Concretamente a los compases iniciales de la posguerra para asistir –no sé la razón— a la primera reunión de la Real Academia de la Lengua tras la Guerra Civil. Escondo la máquina en uno de los contenedores de basura que hay en mi calle (Ponferrada, León) y me acerco andando hasta la sede de la RAE en Madrid, dos lugares que en el sueño están a un paso. Entro en el edificio y todo es silencio. Todos echan de menos a los “ausentes” y no se atreven a preguntar si los que faltan están en el destierro o muertos. Se sienten como un bozal el miedo y la precaución ante los posibles infiltrados. Entra el Presidente –que no sé quién es— y unos cuantos hombres y mujeres que visten el uniforme de la Falange se ponen en pie y comienzan a cantar el “Cara al sol”. Los académicos les siguen primero tarareando tímidamente pero luego temerosos alzan, a un tiempo, la voz y el brazo.
Yo sé que no debo dejarme llevar por el miedo y comienzo a silbar “La internacional” que es lo primero que se me viene a la cabeza aunque, instantes después, pienso que hubiera sido mejor atacar el “Himno de Riego”. Alguien que está sentado a mi izquierda me tira de la manga de la chaqueta pidiéndome silencio. Silbo más fuerte y algunos dejan de cantar. Cuando los falangistas se dirigen hacia mí con sus pistolas desenfundadas escapo corriendo por el pasillo. Dos guardias civiles me prenden en la puerta de la Real. Me conducen atravesando mi calle (la calle en la que vivo en Ponferrada) hacia el Cuartel, pero sé que me van a aplicar la ley de fugas. Me sueltan para ajusticiarme y corro aprovechando la última oportunidad que tengo de llegar al contenedor en el que está mi salvación. Sus armas se encasquillan y logro escapar. Con el corazón saltándome en el pecho regreso al presente.
Días después aprovecho la anécdota que he generado para escribir un artículo que descubre a un, hasta entonces ignorado, académico antifascista. Un nuevo héroe.
Yo sé que no debo dejarme llevar por el miedo y comienzo a silbar “La internacional” que es lo primero que se me viene a la cabeza aunque, instantes después, pienso que hubiera sido mejor atacar el “Himno de Riego”. Alguien que está sentado a mi izquierda me tira de la manga de la chaqueta pidiéndome silencio. Silbo más fuerte y algunos dejan de cantar. Cuando los falangistas se dirigen hacia mí con sus pistolas desenfundadas escapo corriendo por el pasillo. Dos guardias civiles me prenden en la puerta de la Real. Me conducen atravesando mi calle (la calle en la que vivo en Ponferrada) hacia el Cuartel, pero sé que me van a aplicar la ley de fugas. Me sueltan para ajusticiarme y corro aprovechando la última oportunidad que tengo de llegar al contenedor en el que está mi salvación. Sus armas se encasquillan y logro escapar. Con el corazón saltándome en el pecho regreso al presente.
Días después aprovecho la anécdota que he generado para escribir un artículo que descubre a un, hasta entonces ignorado, académico antifascista. Un nuevo héroe.
16 de marzo de 2006.
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