mércores, novembro 22, 2006

COPLAS DE LA VIDA DE MI ABUELA, de Rodrigo Osorio. ( IV )




En tanto esto pasaba
Filomena no dejó
de aplicarse a las tareas
que eran su obligación.

La casa tenía limpia,
lucía como un resol
los vecinos sorprendidos
alababan su labor.

Las sábanas, blanco nieve;
los cacharros de oro son,
las huertas riega de noche
y aún cuida del rebañón.

El trabajo de pastora
su mayor tiempo ocupó
aunque era por vecera
su rebaño era el mayor.

La primera vez que al monte
ella con bichos subió,
recordaba aquella copla
de la vida del pastor

pero frío hacía en invierno,
y ni las piedras ni el roble
daban tan buen alimento
como en aquel canto noble.

Sus sueños de mejor vida
se le fueron al garete
y allá arriba en aquel monte
triste quedó de repente.

“Aquí estaré para siempre,
con las ovejas, yo sola,
sin nadie que me comprenda
pasaré la vida toda.”

Aquellos primeros días
fueron de mucha tristeza
se le acabó el apetito
la sonrisa y la paciencia.

Para que no lo notaran
ni su tía ni sus padres
toda su merienda daba
a los fieles de sus canes.

Así el monte fue su escuela
y allí arriba aprendió
con su libro a echar las cuentas
sobre losas de un montón.

De un palo se hizo fuso
y el hilar sola sacó.
También cuando se aburría
con su sombra ella bailó.

Eternos eran los días
del monte, de sol a sol,
y allí coplas también leía
y muchas memorizó.

Siendo Filo la pastora
con los rojos se cruzó
antes de aquella matanza
de la que aquí ya se habló.

Yendo a quitar escarabajos
por la renglera subiendo,
se encontró a uno lavando
sus cosas en el reguero.

Filo pasó quedamente
como si nadie estuviera
“Buenas, ¿lavando?”; “Ya ves”
-el hombre le respondiera.

Otro día con las ovejas
vio a muchos en un pinar
y más tarde una piedra
escrita ella fue a encontrar:

“Adoración, ya pasamos”
decía aquella roca.
Hizo como si no la viera
y siguió presta a sus cosas.

Pero los peores días
eran aquellos de invierno
que se oía aullar al lobo
que les daba mucho miedo.

Habían oído de la bestia
historias a más de un ciento
que si era el mismo demonio
y otros muchísimos cuentos

pero el que más recordaba
era aquél del tamborileiro
al que siguieron los lobos
y sólo salvó su perro.

“Perritos míos, valientes
yo compartí mi alimento
espero que vos ahora
nos protejáis del lobezno”

Para mejor protegerse
probaba su puntería
y muchos ratos mataba
tirando piedras y chinas

y alcanzó tal precisión,
que apartaba a las ovejas
de pastar donde no deben
a pedradas en sus piernas.

Tiempo después, una tarde
de repente y sin aviso
de detrás de un matorral
apareció el lobo listo.

Se fijó en un carnero
del rebaño, lo mejor
Filo pensó: “¡Ay, Dios mío!
Me quedo sin el castrón”.

Rápidamente la ayuda
de buen Santo ella pidió
rezándole un responsorio
que su madre le enseñó.

El lobo iba decidido
y ni un segundo dudó
recto iba hacia su presa
y a rodearla comenzó.

Los ladridos de los perros
el maligno ni escuchó
Filomena con fe ciega
el rezo continuó.

El lobo lanzóse al cuello
de su víctima lanar
y no logrará abrir sus fauces
por más que lo ha de intentar.

Incapaz de abrir la boca
el salvaje cazador
corrió a buscar alimento
cuanto más lejos, mejor.

Filomena da las gracias
al Santo grande y bueno
mientras el lobo se acerca
a matar a otro cordero

que pastaba más arriba
y como el Santo no velaba
por la salud de aquel rebaño
acometió a dentelladas

con ovejas y carneros
matando media cabaña
a pesar de tener suerte
triste Filomena estaba

por aquel otro pastor
al que su fe no ayudara.
“Es una pena tremenda
que mi suerte a él dañara”.

2 comentarios:

Taliesin dixo...

Rodrigo, están muy bien. Tu abuela tiene que estar muy orgullosa

Anónimo dixo...

Gracias, es un verdadero honor que el primer de los bardos me haga esta crítica.

A mi abuela afortunadamente le gustó mucho.

Gracias por leerlo con atención.