luns, decembro 18, 2006

Tempus fugit.

Cuentos.



Ya nada le resultaba fácil. El simple hecho de orinar era una tortura, las manos le temblaban demasiado y ponía todo perdido, no podía optar por sentarse en la taza porque, tal y como tenía las piernas, levantarse era toda una odisea. De pie meaba más fuera que dentro del retrete y cuando terminaba intentaba arreglar el estropicio con papel higiénico, si estaba en un aseo público, o con la fregona cuando estaba en casa. En los baños para discapacitados las barras le permitían incorporarse más fácilmente pero no siempre había un baño adaptado cerca.
“¡Mira, Juan, ese viejo intenta mear y apenas puede!”; “¡Déjalo, pobre hombre!”. Dos soldados le miraban desde el andén de la estación. Siempre dejaba la puerta entreabierta por si se caía y tenía que pedir ayuda a alguien. Eran jóvenes y salían de la cantina muy probablemente con algún vaso de más. “¡Juan, pero mira cómo le tiemblan las manos! ¡Está poniendo el váter perdido! ¡Señor, es usted un guarro!”; “Déjalo, Óscar, estás borracho.”; “Pero, ¡Fíjate en el suelo! Da asco.” Intentó contener la rabia, no les podía decir nada porque por las malas tenía todas las de perder y sabía que la más pequeña queja, en una situación como aquella, la interpretarían como un ataque. Procuró concentrarse para evitar la perlesía pero le resultó imposible: cuanto más intentaba evitarlo más le temblaban y la orina salpicaba las paredes e, incluso, los zapatos. “Tengo que salvar por lo menos los pantalones”. “No intente hacer lo que no puede, abuelo. ¡Siéntese para mear!”. Sabía que el joven del uniforme sepia tenía razón: lo mejor era sentarse pero luego ¿quién le ayudaría a ponerse de pie? “Óscar, ¿quieres dejar en paz a ese hombre? Ven aquí y toma un pito mientras esperamos”, dijo el otro soldado sacando de su casaca un paquete de cigarrillos.
Don Óscar terminó, se lavó las manos y pasó la fregona. Frente a la puerta del baño, en el pasillo, colgaba la foto del día en que junto con Juan salió para el frente. “¡Menuda curda agarramos aquella noche!”. Un fotógrafo amigo de su padre les hizo el retrato en la estación del tren, luego lo publicaron en el periódico sobre el siguiente pie: “Dos de nuestros jóvenes héroes que parten a luchar por la libertad”. En la foto los uniformes se habían descolorido con el paso del tiempo, ahora eran sepias. Óscar lloró recordando el que fue.

2 comentarios:

Taliesin dixo...

Este también me gustó mucho, que conste.

Sergio B. Landrove dixo...

También me alegro quizá porque son bien diferentes.

Muchas gracias por leerlos y pararte a comentarlos.