domingo, decembro 31, 2006

El libre albedrío.

Cuento.





« (…) Cuando el conserje le vio entrar no lo dudó ni un segundo. Allí estaba de pie en el recibidor, sostenía en la mano su bombín mientras se secaba el sudor de la frente. Su cabeza en forma de huevo y el enorme bigote que adornaba su labio superior no dejaban lugar a dudas: “Es él”. El viajero se acercó al mostrador, le dio los buenos días y tras decir su nombre (efectivamente era él) añadió: “Tengo habitación reservada”.

»“Es él ¿para qué ha venido aquí? Va a estar toda la semana. No puedo esperar tanto, el lunes será demasiado tarde. No he dejado ni un solo cabo suelto y mañana, al fin, todo habría terminado. Quizá debería abandonar, dejarlo para mejor ocasión. Pero ¿cuándo se me volverá a presentar otra oportunidad como ésta? Su aparición es sin duda una señal, pero ¿cómo interpretarla? Con él aquí me descubrirán seguro, aunque ¿qué hubiera pasado si los anteriores al verle se hubieran rendido? ¿Sería él quién es sin los que me precedieron? Su presencia aquí no es más que un reto ¡Voy a hacer lo que nadie nunca ha logrado!...” »

A la mañana siguiente cuando la señora Christie releía lo escrito gritó horrorizada al descubrir que en el último párrafo aún se balanceaba el cuerpo del conserje del Gran Hotel. El hombre se había ahorcado en la habitación de la pensión en que vivía, un lugar que ella aún no había descrito. La sala estaba oscura, difusa, era simplemente «la habitación de una pensión modesta». Sobre la cama había una carta con destino a España.

Hoy leo por enésima vez la última carta que mi padre envió al suyo desde Inglaterra, entre otras cosas dice: « (…) además de la descarga en el mercado encontré otro [trabajo] bien pagado: modelo en la escuela de bellas artes. Lo que no podía sospechar era que una de las alumnas además de pintar, escribía y me tomó como referencia para crear un personaje: un emigrante conserje de un hotel, un asesino. Aborrezco la violencia y antes de matar a un inocente (si bien es cierto que el director del hotel era un negrero, no creo que mereciera la muerte) preferí matarme. Explíquele a Matías, cuando tenga edad para entenderlo, que su padre no tuvo valor para cumplir su papel, además con Hercule Poirot rondando por el hotel me hubieran descubierto, poco hubiera podido ayudarles desde una cárcel inglesa.»




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