sábado, decembro 16, 2006

Relaciones internacionales.

Cuentos.

El emperador estaba en el ropero cuando le llamaron para confirmar la fecha de su discurso, “Al final Rusia ha accedido ─dijo el señor Annan─, en noviembre, coincidiendo con lo de los derechos del niño, te espero”, “Allí estaré”, respondió el monarca embebido ya del protagonismo que iba adquiriendo gracias a que su pequeño imperio se había convertido en el único paso posible para el gaseoducto que nutría Europa central. Quizá por eso Rusia había levantado el veto que impedía al “dictadorcillo”, como le llamaban en el Kremlin, hablar ante la ONU. El emperador ordenó redactar la alocución y se encerró en el guardarropa para elegir el traje que luciría el día de su legitimación internacional. Su ayuda de cámara le iba enseñando sus mejores ternos pero ninguno acababa de convencerle. “¿Llamo al sastre?”; “No creo que sea necesario”, dijo el emperador acariciándose la perilla. Se fue corriendo hasta el fondo del armario y volvió con una percha vacía: “¿Qué te parece éste? El día que lo estrené causó sensación…” El chambelán quería explicarle que aquél traje no existía y que las maravillosas propiedades que los modistos que se lo vendieron le habían atribuido eran mentira, pero el miedo le impidió encontrar las palabras. “…Además ─continuó el jefe de estado─ comprobaré el número de tontos que representan a sus países”. Esta afirmación dio pie al camarlengo para intentar solucionar la catástrofe: “Majestad, ya sabéis que son unos borricos, ¿no os da vergüenza que os vean desnudo?”;“No. Nos necesitan, nadie osará decir nada”. Al ayuda de cámara no dejaba de sorprenderle la estupidez de su jefe: “Ese traje le queda muy bien, Señoría.” El veinte de noviembre y en pelota el soberano leyó un discurso en defensa de los derechos del niño ante la Asamblea General de la ONU. Todos los demás líderes, pensando en garantizar su autonomía energética, no hicieron ni el más mínimo comentario sobre la desnudez del monarca, algunos incluso llegaron a alabar la lujosa tela del traje nuevo del emperador. Al mediodía Rusia consiguió fraguar una alianza con otros países eslavos y el imperio dejó de ser imprescindible. A la cena de gala varios jefes de estado, hartos de comulgar con ruedas de molino, acudieron desnudos. El emperador señalándoles con el dedo dijo: “¡Van desnudos!” Esta frase, reveladora de la ineptitud del soberano para la diplomacia, fue el punto final de su reinado.



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