ONIRIA.
Cuando nos despertamos y tenemos la suerte de recordar lo soñado solemos preguntarnos: ¿De dónde habré sacado esas asociaciones de ideas?, ¿Por qué sé yo esto? Nos parece mentira que no haya una voluntad externa que introduzca elementos y ligazones en nuestra imaginación inconsciente. Hans Cristian Andersen lo expresó muy bien con un ejemplo en su cuento La reina de las nieves.
Gerda sale al ancho mundo en busca de su amigo Kay, un cuervo le dice que cree haberlo visto en un castillo. Ayudada por la novia del cuervo, la niña entra clandestinamente para comprobarlo. Avanza por un oscuro pasillo iluminado sólo por una lamparita.
- Creo que viene alguien detrás de nosotros –dijo Gerda, y algo se deslizó delante de ella. Parecían sombras chinescas. Caballos de ondeantes crines y delgadas patas, monteros y señoras y señores a caballo.
-¡No son más que los sueños! –dijo el cuervo. Vienen para llevarse los pensamientos de los señores y señoras de la casa: es una buena cosa, así se puede disfrutar desde la cama. (...)
Entraron en el primer salón, era de raro color de rosa, con flores artificiales en las paredes. Aquí los adelantaron los sueños pero iban tan deprisa que Gerda no pudo ver a sus señorías.
[LA REINA DE LAS NIEVES. H. C. A. Traducción de don Enrique Bernárdez. Cuentos completos. Biblioteca Aurea. 2005.]
Cuando nos despertamos y tenemos la suerte de recordar lo soñado solemos preguntarnos: ¿De dónde habré sacado esas asociaciones de ideas?, ¿Por qué sé yo esto? Nos parece mentira que no haya una voluntad externa que introduzca elementos y ligazones en nuestra imaginación inconsciente. Hans Cristian Andersen lo expresó muy bien con un ejemplo en su cuento La reina de las nieves.
Gerda sale al ancho mundo en busca de su amigo Kay, un cuervo le dice que cree haberlo visto en un castillo. Ayudada por la novia del cuervo, la niña entra clandestinamente para comprobarlo. Avanza por un oscuro pasillo iluminado sólo por una lamparita.
- Creo que viene alguien detrás de nosotros –dijo Gerda, y algo se deslizó delante de ella. Parecían sombras chinescas. Caballos de ondeantes crines y delgadas patas, monteros y señoras y señores a caballo.
-¡No son más que los sueños! –dijo el cuervo. Vienen para llevarse los pensamientos de los señores y señoras de la casa: es una buena cosa, así se puede disfrutar desde la cama. (...)
Entraron en el primer salón, era de raro color de rosa, con flores artificiales en las paredes. Aquí los adelantaron los sueños pero iban tan deprisa que Gerda no pudo ver a sus señorías.
[LA REINA DE LAS NIEVES. H. C. A. Traducción de don Enrique Bernárdez. Cuentos completos. Biblioteca Aurea. 2005.]
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