HUMOROTECA DE L´AURORE.
“NO QUIERO”
Grigori Perelman, insigne matemático ex soviético, nos desvela el porqué de su negativa a recoger el millón de euros que la Asociación Internacional de Matemáticas (AIM) prometió al que resolviera la conjetura de Poincaré.
FEDERICO MAGALOFES. Tras dos meses de hartarme de oír que el teléfono al que llamaba estaba desconectado o fuera de cobertura consigo quedar con don Grigori Perelman, “el hombre más listo del mundo”, para lo que me traslado a Leningrado, ciudad que transitoriamente desde su fundación y cabezonamente desde la desaparición de la CCCP también es conocida como San Petersburgo. Al mediodía, hora en que llego a la villa rusa, la avenida Nevski (cuyo nombre permanece inalterable a lo largo de la historia humana) no difiere demasiado de aquella que describiera Gogol en su relato, sólo desentonan las pandillas de niños ebrios de vodka y con sus voluntades tomadas por el pegamento que asaltan al turista en busca de unas monedas. Afortunadamente los servicios sociales son eficaces y una simple llamada de alguno de los propietarios de los establecimientos para extranjeros hacen llegar a los ЯЖЛО, trasunto de nuestros GEOS aunque desconocedores de dos conceptos esenciales para nuestra fuerza de seguridad: pulcritud y derechos humanos. Perelman vive en un apartamento de las afueras de la antigua Petrogrado, “calle Kovaliov, número trece. No tiene pérdida –me había dicho por teléfono- es el único bloque que sigue en pie después de la última oleada de ataques de los rebeldes chechenos”. Sobre la mesa de la sala de estar de la cocina americana (solución constructiva paradójicamente extendida en Eurasia gracias a la arquitectura soviética bajo el nombre de “Sala asamblearia y de subsistencia de la célula familiar”) dos tazas de té humean.
PREGUNTA: ¿Por qué se decidió a enfrentarse a la conjetura de Poincaré?
RESPUESTA: Después de descubrir la fusión fría (en mi juventud tuve veleidades pragmáticas y fui ¡físico!, un episodio vergonzante que en la AIM aún no me han perdonado) e inventar el abrecedés...
P: ¡Fue usted!
R: Sí, fue un proyecto del soviet local que intentaba acabar con el capitalismo desde dentro que, lamentablemente, fracasó por cuestiones ideológicas: no registramos la patente y 3M nos robó el diseño que comenzó a comercializar despojado de toda su ironía primigenia... Le decía que después de desengañarme de la ingenuidad que me llevó a pensar que con la aplicación práctica del conocimiento científico se podía cambiar, para bien, el mundo; abracé la fe matemática.
P: ¿Por qué?
La pregunta parece haber dado en el blanco, don Grigori palidece, se atusa sus luengas barbas y a duras penas contiene las lágrimas que afloran en sus ojos.
R: Si le digo la verdad por miedo. Durante mi segundo año en la universidad conocí a una mujer maravillosa Katrina Petrovich Atalanaiova, mi dulce Nenka, de la que me enamoré perdidamente pero mi exacerbado apetito sexual apenas me permitía razonar a su lado... Por ella me dediqué a la física, he de reconocerlo, y después a la industria contracapitalista... Pero después de inventar el abrecedés, y como de todo se cansa uno, me aburrí de disfrutar de su cuerpo, perfecto sin duda alguna, pero limitado y, por tanto, abarcable. Me di cuenta de que estaba engañado. Mi instinto animal regía mi conciencia y la mente de Nenka, mi turgente Katrina, dominaba la mía... La quería sin paliativos, acabábamos de cumplir veinte años de feliz noviazgo, pero sus planes: matrimonio, familia numerosa, dos coches, chalé en Crimea,... eran contrarios a mi esencia. ¡Siempre quise ser matemático! La solución la encontré tras enterarme del premio de la AIM, logré convencerla de que con las matemáticas se podía ganar mucho dinero. Ella se ilusionó con el proyecto Poincaré, como lo llama y su cuerpo, no sé como pudo suceder, adquirió nuevas dimensiones, recovecos y pliegues que me animaban a investigar. La tranquilidad de que la mía era una tarea imposible y que nunca tendría que ir a comprar un televisor de plasma ni coleccionar temporadas de series de televisión en DVD me permitió alcanzar mi sueño. Pero, de repente, encontré la clave, aún no le he dicho nada y, por fortuna, no se ha enterado por la prensa ¿qué voy a hacer? ¿casarme? No quiero.
Perelman llora sobre el té. Sus lágrimas, esferas transparentes, se hunden en la infusión ocre hasta confundirse con ella. “No quiero ser un burgués sino un poeta”
Publicado en el número veintidós de Le Rosaire de l´Aurore.
“NO QUIERO”
Grigori Perelman, insigne matemático ex soviético, nos desvela el porqué de su negativa a recoger el millón de euros que la Asociación Internacional de Matemáticas (AIM) prometió al que resolviera la conjetura de Poincaré.
FEDERICO MAGALOFES. Tras dos meses de hartarme de oír que el teléfono al que llamaba estaba desconectado o fuera de cobertura consigo quedar con don Grigori Perelman, “el hombre más listo del mundo”, para lo que me traslado a Leningrado, ciudad que transitoriamente desde su fundación y cabezonamente desde la desaparición de la CCCP también es conocida como San Petersburgo. Al mediodía, hora en que llego a la villa rusa, la avenida Nevski (cuyo nombre permanece inalterable a lo largo de la historia humana) no difiere demasiado de aquella que describiera Gogol en su relato, sólo desentonan las pandillas de niños ebrios de vodka y con sus voluntades tomadas por el pegamento que asaltan al turista en busca de unas monedas. Afortunadamente los servicios sociales son eficaces y una simple llamada de alguno de los propietarios de los establecimientos para extranjeros hacen llegar a los ЯЖЛО, trasunto de nuestros GEOS aunque desconocedores de dos conceptos esenciales para nuestra fuerza de seguridad: pulcritud y derechos humanos. Perelman vive en un apartamento de las afueras de la antigua Petrogrado, “calle Kovaliov, número trece. No tiene pérdida –me había dicho por teléfono- es el único bloque que sigue en pie después de la última oleada de ataques de los rebeldes chechenos”. Sobre la mesa de la sala de estar de la cocina americana (solución constructiva paradójicamente extendida en Eurasia gracias a la arquitectura soviética bajo el nombre de “Sala asamblearia y de subsistencia de la célula familiar”) dos tazas de té humean.
PREGUNTA: ¿Por qué se decidió a enfrentarse a la conjetura de Poincaré?
RESPUESTA: Después de descubrir la fusión fría (en mi juventud tuve veleidades pragmáticas y fui ¡físico!, un episodio vergonzante que en la AIM aún no me han perdonado) e inventar el abrecedés...
P: ¡Fue usted!
R: Sí, fue un proyecto del soviet local que intentaba acabar con el capitalismo desde dentro que, lamentablemente, fracasó por cuestiones ideológicas: no registramos la patente y 3M nos robó el diseño que comenzó a comercializar despojado de toda su ironía primigenia... Le decía que después de desengañarme de la ingenuidad que me llevó a pensar que con la aplicación práctica del conocimiento científico se podía cambiar, para bien, el mundo; abracé la fe matemática.
P: ¿Por qué?
La pregunta parece haber dado en el blanco, don Grigori palidece, se atusa sus luengas barbas y a duras penas contiene las lágrimas que afloran en sus ojos.
R: Si le digo la verdad por miedo. Durante mi segundo año en la universidad conocí a una mujer maravillosa Katrina Petrovich Atalanaiova, mi dulce Nenka, de la que me enamoré perdidamente pero mi exacerbado apetito sexual apenas me permitía razonar a su lado... Por ella me dediqué a la física, he de reconocerlo, y después a la industria contracapitalista... Pero después de inventar el abrecedés, y como de todo se cansa uno, me aburrí de disfrutar de su cuerpo, perfecto sin duda alguna, pero limitado y, por tanto, abarcable. Me di cuenta de que estaba engañado. Mi instinto animal regía mi conciencia y la mente de Nenka, mi turgente Katrina, dominaba la mía... La quería sin paliativos, acabábamos de cumplir veinte años de feliz noviazgo, pero sus planes: matrimonio, familia numerosa, dos coches, chalé en Crimea,... eran contrarios a mi esencia. ¡Siempre quise ser matemático! La solución la encontré tras enterarme del premio de la AIM, logré convencerla de que con las matemáticas se podía ganar mucho dinero. Ella se ilusionó con el proyecto Poincaré, como lo llama y su cuerpo, no sé como pudo suceder, adquirió nuevas dimensiones, recovecos y pliegues que me animaban a investigar. La tranquilidad de que la mía era una tarea imposible y que nunca tendría que ir a comprar un televisor de plasma ni coleccionar temporadas de series de televisión en DVD me permitió alcanzar mi sueño. Pero, de repente, encontré la clave, aún no le he dicho nada y, por fortuna, no se ha enterado por la prensa ¿qué voy a hacer? ¿casarme? No quiero.
Perelman llora sobre el té. Sus lágrimas, esferas transparentes, se hunden en la infusión ocre hasta confundirse con ella. “No quiero ser un burgués sino un poeta”
Publicado en el número veintidós de Le Rosaire de l´Aurore.
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