sábado, abril 14, 2007

Un sueño.

ONIRIA.

11 de abril de 2007.

Yo [en el sueño era físicamente el actor Daniel Day-Lewis] estaba trabajando en un reportaje sobre un proceso de paz. En mi primera juventud había pertenecido a uno de los bandos (el escenario del sueño no era Irlanda pero todo tenía bastantes similitudes con el drama irlandés) pero después de renegar de la violencia quería mostrar a todos la verdad de la «guerra». No tenía problemas para hablar con los sectores oficiales de ambos bandos pues estaban institucionalizados y deseosos de demostrar su pacifismo y buena voluntad en entrevistas, pero quedar con los más reacios a abandonar las armas me costaba más, uno de los grupos más radicales era en el que yo había militado en mi mocedad y como me consideraban un traidor tardé en convencerles de mi deseo de darles la palabra en libertad sin cortapisas.

[Soñé la reunión con mis antiguos camaradas, la entrevista que les hacía y el miedo que pasé cuando me recordaban la amenaza que pesaba sobre todos los «traidores» pero no recuerdo bien esta parte del sueño.]

Después intento conseguir una entrevista con los defensores de la lucha armada del bando contrario. Estoy en un descampado, tal y como me ha indicado un comunicante anónimo, avanzo sólo hasta una zanja (una especie de trinchera) que se abre en el suelo. Es estrecha y alta, de unos dos metros y medio, por lo que no veo lo que pasa en la superficie. Oigo, eso sí, disparos, explosiones y gritos. Sé que es un campo de entrenamiento de mis antiguos enemigos. Me han citado allí para valorar si el «Gran Jefe»* me concede o no audiencia. Avanzo por la zanja mientras sigo oyendo silbar las balas de los paramilitares sobre mi cabeza. Llego al final de la zanja que es una pared recta (en el inicio, por donde bajé, había una suave pendiente) por la que no puedo subir por mi mismo. « ¡Estoy aquí!», grito. Desde la superficie dos encapuchados ríen y me ayudan a salir de la trinchera. Estamos en un descampado pedregoso sin apenas vegetación. Uno de los terroristas se sienta en una roca y me habla. «El Gran Jefe ha accedido a recibirte. Te permitirá hacer pocas preguntas pero hablará para ti…» Me ofrece una capucha que me a justo a la cabeza. Me agarran por los brazos para guiarme y me suben en un vehículo en el que imagino me llevarán a su base.

Después de un largo rato viajando el coche para, me hacen bajar y alejan el vehículo. «Puedes quitarte la capucha» ahora estamos, yo y mis dos guías, en un patio interior de altos muros que sólo permiten ver el cielo. El edificio al que pertenece el patio es un enorme bloque de cemento en una de cuyas esquinas se alza una alta torre. Apenas tienen ventanas. «Pasa.»

Mis guías y yo estamos en un pasillo junto a una puerta esperando a ser llamados. Ellos sentados a mí me permiten andar en círculos para calmar (¿o avivar?) los nervios. Se abre la puerta y sale un alto cargo político del país. Al reconocerme se encoge de hombros y resopla haciéndome saber lo difícil que es hablar con el Gran Jefe. Intenta una sonrisa cordial, acelera el paso y se va.

Uno de los terroristas me pregunta « ¿Qué opinas de Elvis?» El otro se ríe y dice: «Sí. ¿Qué opinas?» Siento que es una prueba de lo que va a ser la conversación con el Gran Jefe y dudo antes de contestar. No quiero fallar. «Creo que es un tanto…» « ¿Decepcionante?», me corta el primero. Me sorprende que sepa la palabra que iba a emplear e intentaba callarme, el primer calificativo que me vino a la cabeza. Ambos terroristas estallan en carcajadas.

Se vuelve a abrir la puerta. Se ponen firmes y enmudecen. Sale un hombre que parece andar sobre una estructura semejante a la de los gigantes de las fiestas populares, aunque algo más pequeña. Avanza sobre ruedas y se viste con una túnica roja y azul. Su cabeza queda por encima de mí algo más de un metro. Se cubre la cabeza con un gorro parecido al típico de los afganos [al menos el que creo que es típico de los afganos por la tele] bicolor igual que la túnica. Habla lento, calmado e implacable: «Buenos días», «Muy buenos días» Alzo mi mano para intentar alcanzar la suya que queda por encima de mi cabeza. Tiene unos brazos muy cortos por lo que pienso que toda la absurda parafernalia de la estructura cónica con ruedas no tiene más fin que vencer sus complejos. Mis guías se echan las manos a la cabeza porque previamente me había avisado de que no se puede tocar al Gran Jefe salvo que él dé el primer paso, no es que sea temerario sino que con los nervios lo he olvidado. Sigo intentando estrechar la mano de mi anfitrión pero su indiferencia me hace ver que nunca aceptará y desisto. Los dos terroristas respiran aliviados, parecen estar más de mi lado que del de su jefe.

«Sígame», me dice. Avanza por el pasillo y yo le sigo a dos o tres pasos. [Pasamos por varias salas llenas de todo tipo de cosas extrañas pero al despertar, momento en que me puse a escribir este sueño, sólo recordaba una sala llena de muñecos hinchables de personajes de dibujos animados de la factoría Disney, entre ellos recuerdo bien a Bambi] La última sala en la que entramos tiene en el medio un tubo por el que sube un ascensor, es el acceso a la torre que vi al entrar. «Vamos arriba», me dice el Gran Jefe. La situación en el ascensor es tensa y o no dejo de pensar en cómo debo actuar mientras que el terrorista me ignora. Yo intento serenarme aunque seque cuánto más luche contra los nervios más crecerán. « ¿Sabe japonés?», me pregunta el Gran Jefe. «No» En un instante llegamos a la última planta. « “Sa” es una raíz muy interesante en ese idioma, la base de la palabra “Sayonara” tan vilipendiada por su generalización a través del cine. Aparece también en una palabra curiosa “Sacayá”», me señala a una pared donde hay algo escrito en ¿japonés? y continúa: «Forma parte de un dicho [lo dice en japonés pero sólo recuerdo la palabra SACAYÁ] que significa “Arrebato a la montaña la vida para infundírsela a la nube” es de una vieja leyenda. Lo he hecho grabar en la pared.» Intento descifrar lo que me quiere decir pero dudo que simplemente no esté probando mis nervios y sé que si quiero conservar mi vida y sacarle alguna declaración importante debo aguantar todos sus embates.

La estructura que lo sujeta que hasta aquel momento me había parecido rígida cede como unas auténticas piernas para que el Gran Jefe se siente en el suelo. Yo imito su gesto y me siento frente a él. « ¿Quiere un vaso de leche?» Lo tomo veo que tiene canela. Lo bebo. « ¿Le gusta?» Asiento con la cabeza. « ¿Ve? Nuestro problema es como esa leche por mucha mierda que le eches siempre que la ofrezcas como leche la gente seguirá bebiéndola y dirá que le gusta» Me quita el vaso, mete sus dedos en él y saca unos excrementos pequeños y redondos como de conejo. «No querrá un poco de mierda ¿verdad?» Me ofrece un cuenco con más de esas bostas. «No gracias.» Saca un par de ellas y as echa en la leche, confundí con canela un residuo marrón que la mierda deja en la leche. « ¿Qué coño me querrá decir?» pienso y me desespero pues sé que si no me libero de la sensación de que no le entiendo no le lograré entender. Mientas intentó no hacerle ver mi desconcierto el repite, una y otra vez, en voz queda el dicho japonés. “Sacayá…” Luego me dice « ¿Quiere probar unos huevos cocidos?» y me ofrece un plato. No sé que hacer pero acepto, no puedo hacer otra cosa, estoy a su merced. Me da una cuchara y e acerca el plato. En él hay tres huevos partidos por la mitad. Dos de las mitades bañadas en lo que parece salsa de tomate casera, otras dos en una salsa verde que no sé identificar y el último par acompañado de mostaza. Dudo por cuáles empezar, sin dar más vueltas hundo mi cuchara en uno de los que tiene salsa de tomate y voy a comerlo cuando…


SONÓ EL DESPERTADOR.


*Recuerdo que en el sueño el jefe tenía un nombre o mote peculiar, no era «Gran Jefe», pero era algo parecido.

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