xoves, setembro 10, 2009

EL ASCENSORISTA, UN OFICIO AÑOSO.

A los más jóvenes les resulta ridículo al subir a un ascensor encontrarse con ese ser humano que, casi siempre sonriente y barrocamente uniformado, nos espeta: «Buenos días, ¿a qué piso va?» Hogaño denostada, la de ascensorista fue una de las profesiones más apreciadas durante la formación de las sociedades occidentales tal y como ahora las conocemos. Hubo un tiempo en que nuestra Realidad sólo era un boceto, unas rayas azules sobre un mundo en blanco. Por aquel entonces, cada ser humano sabía a donde tenía que llegar y dedicaba todas las horas del día (que, antes del calendario juliano, eran 3 y media) a crear todo lo que hoy tenemos: las cordilleras, las hamacas, la democracia de partidos, los árboles, el sol, los embudos,... Apenas tenían tiempo para nada más y nadie se paró a aprender a leer, todo ocio era rechazado por un colectivo que tenía claro que hasta el más ínfimo esfuerzo debía estar orientado a alcanzar el Futuro. Un buen día, varios individuos que sentían en su pecho el oscuro designio de cardar las nubes se subieron a un ascensor para cumplir su vocación. Impotentes lloraron ante la botonera grabada con símbolos para ellos incomprensibles. Mateo Filstrup, herido en su orgullo, se encerró a escondidas en una biblioteca y con su sola voluntad y un par de huevos logró aprender los números y varias letras, todas consonantes. Tras esta gesta convocó a sus frustrados compañeros ante la puerta del ascensor bien temprano, a eso de los 10 primeros segundos de un nuevo día (al que llamaron «espumadera»). Los otros, como buenos neardentales, acudieron temerosos del ridículo. Mateo les hizo subir y apretó, no sin el miedo propio del autodidacta que asume por vez primera responsabilidades frente a terceros, el botón que ponía «100». Lograron subir y gracias a ellos disfrutamos de los estratocúmulos. Filstrup fue idolatrado desde aquel día y agasajado con las más anchas condecoraciones de su tiempo. De ahí la reverencia que todos los bípedos debemos a los ascensoristas.

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