Y aunque al padre no le gusta
que la escuela haya dejado
para cuidar a los niños
de una familia de al lado,
como Ignacia va creciendo
tiene que buscar trabajo.
Ella no se encuentra bien
en la casa en la que ha dado.
El trabajo no le importa,
pero sí los otros tratos:
come peor que en su casa
para tal, ¡no vale cambio!
Así que deja a los niños
de sus padres al cuidado.
A casa de don Camilo
entra de chica, al rato.
Son 9, pero no dan
al agua ni medio palo.
Encima, de vez en cuando,
le riñen sin razonarlo.
De nuevo Ignacia decide
abandonar el trabajo
y esperar por uno bueno,
o siquiera… menos malo.
Entonces, como por magia,
le ofrecen otro contrato
para servir en la casa
de un hombre adinerado.
Que si es de Cacabelos
en Ponferrada ha acabado
y que tiene 6 hijos
que no los da bien ciudado.
A Ignacia se le iluminan
los ojos sólo al pensarlo
«¡Yo viviendo en Ponferrada!
¿quién podría imaginarlo?»
Después de hablar con los padres,
acepta el nuevo encargo.
Y ella a la ciudad se marcha
mirando a todos los lados:
«¡Qué grande es! ¡Cuánta gente!
¡Cuánta luz! ¡Es un milagro!»,
piensa Ignacia mientras entra
en Ponferrada soñando.
Cuando suben a la casa
que ha de estar a su cuidado
la señora va y le dice
«Contigo hoy no contábamos,
no tengo para ti cama
pero puedo arreglarlo:
¡en buhardilla de vecina
estarás como en palacio!»
Le preparan una cama
y después de haber cenado,
le dicen «¡Hasta mañana
que aprenderás tus encargos!»
Ignacia de la emoción
no da el sueño conciliado
y mira por la ventana
los faroles alumbrando.
«¡Qué bonito que está todo!
¡Y que grande la ciudad!
¿Viviré aquí para siempre?
¿Qué será, Señor, será?»
La gente va por la calle
y no deja de cantar.
La niña Ignacia escucha
un son que le es familiar
(lo aprendió del buen Luciano
que lo solía cantar)
y acompañando a los mozos
que por la calle lo van
cantando medio borrachos
ella empieza a musitar:
«Cuando, silenciosa,
la noche misteriosa
envuelve con su manto la ciudad,
el eco de tu voz
yo escucho junto a mí,
y siento que es mayor mi soledad...
A mi mente acuden
recuerdos de otros tiempos,
y todo se hace oscuro para mí.
Me falla el corazón
y pierdo la razón,
y siento ya la angustia de morir.
El pasado me atormenta.
Imposible es olvidar...
Quiero de mi mente alejar la visión,
pero más la vuelvo a recordar.
Cuando, silenciosa,
la noche misteriosa
envuelve con su manto la ciudad,
el eco de tu voz
yo escucho junto a mí,
y siento que es mayor mi soledad...»*
Nota de Landrove: Aquí terminan las Coplas de la infancia de Ignacia, la abuela de Rodrigo, afortunadamente la protagonista aún sigue dando guerra (de la buena no de la que tanto sale en estos versos) y este romance sólo se ocupa de sus primeros 15 años… Cabe pues la esperanza de que continúe el poema. Desde aquí animo a Rodrigo a hacerlo y le agradezco que me lo hay prestado para habitar esta Constelación.
3 comentarios:
Viva la abuela de Rodrigo. Y que continúe su Abuelíada.
¡Vivaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Muchas gracias, Sergio, por prestarme los lectores de su bitácora para el romance.
Y muchas gracias a ARP, Ana Lorenzo Y Ricardo (espero no olvidarme de nadie que haya hecho comentarios)por leerlo y comentar... Por cierto, Ricardo, qué buen título Abuelíada ¡igual te lo plagio!
Un abrazo.
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