Los archivos de la O.P.A.
Quién no es quién (VI).
Beemaster, Horace Zebulon.
(Wisconsin, EUA - Ontario, Canadá)
Hoy la crítica es unánime a la hora de valorar la narrativa de Horace Zebulon Beemaster, el más grande de los escritores americanos del XIX de acuerdo con la opinión del polémico y mediático Harold Bloom, pero no siempre ha sido así y puede que las cosas de nuevo estén a punto de cambiar.
De él se ha dicho que es el escritor más completo de todos los tiempos (Sabino Ordás); la mente más lúcida del siglo (Marvin Harris); un profeta en los usos del silencio ( Wayne C. Booth) o un maestro en la estela del Dante, Cervantes, Shakespeare y Goethe (Umberto Eco) pero para que Beemaster volviese al canon fue necesario el trabajo de Thomas Kubackewski, un funcionario de correos bávaro apasionado lector de Bighead y Los diarios de Reginald Dickinson. Quizá sea mejor contar esta historia desde el principio.
1. Bob Norman versus Horace Beemaster.
Durante décadas la vida y la obra del gran novelista Horace Beemaster estuvieron en manos de Robert (Bob) Norman. Norman (1817-¿?), uno de los más relevantes críticos literarios estadounidenses de la primera mitad del XIX, se dio a conocer tras publicar sendas antologías de novelistas, poetas, escritores sociales y newest poetas of America. En la primera de estas antologías incluyó, como no podía ser de otro modo, a Beemaster lo que hizo que el novelista invitara a su casa al crítico. Durante aquella cita se fraguó su primera amistad. Sus relaciones se complicaron tras abandonar Beemaster por culpa de sus problemas con el alcohol la dirección del Green´s Magazine en la que le sustituyó Norman. La injusta desproporción entre sus sueldos (1100 dólares para el director entrante frente a los 750 del saliente) hizo que el novelista estuviese durante un tiempo distante con su amigo pero, según revela Fowler en Recovery of Horace Beemaster (1978), aquel trato desdeñoso descubrió en Norman una inconmensurable pasión y su odio hacia Beemaster duró lo que duró ya su vida que no se extinguió mucho más tarde que la de éste* Así el crítico llega a decir en el obituario que redactó para New York Times:
El escritor era muy conocido en este país y en Canadá, donde vivía; tenía lectores en Inglaterra y en varias naciones del continente europeo; pero tenía, si los tenía, muy pocos amigos (…) irascible, envidioso, escondía sus horribles pasiones bajo una capa de frío refinamiento, que tomaba la forma del más repelente de los cinismos
Lo curioso es que Beemaster, autodestructivo en vida, quiso seguir siéndolo más allá de la muerte y encomendó en exclusiva a Norman en su testamento recoger, compilar, editar y, en su caso, comentar su obra. El odio de Norman también sobrepasó la muerte de su otrora amigo. Dedicó el resto de su vida a desprestigiarle llegando, como demuestra Fowler en su libro, a falsear la correspondencia entre ambos y a inventarse datos apócrifos que, poco a poco, fue incluyendo en su biografía: la expulsión de Beemaster de la Universidad de Utah, el carácter plagiario de Los diarios de Reginald Dickinson o una homosexualidad nunca aceptada que le llevaron a ser violento con su esposa e hijos. No pudo hurtar el valor de sus novelas pero sí creó una máscara tras la que escondió a sus seguidores de la verdadera personalidad de Horace Beemaster.
*Traducción de Sabino Ordás
Quién no es quién (VI).
Beemaster, Horace Zebulon.
(Wisconsin, EUA - Ontario, Canadá)
Hoy la crítica es unánime a la hora de valorar la narrativa de Horace Zebulon Beemaster, el más grande de los escritores americanos del XIX de acuerdo con la opinión del polémico y mediático Harold Bloom, pero no siempre ha sido así y puede que las cosas de nuevo estén a punto de cambiar.
De él se ha dicho que es el escritor más completo de todos los tiempos (Sabino Ordás); la mente más lúcida del siglo (Marvin Harris); un profeta en los usos del silencio ( Wayne C. Booth) o un maestro en la estela del Dante, Cervantes, Shakespeare y Goethe (Umberto Eco) pero para que Beemaster volviese al canon fue necesario el trabajo de Thomas Kubackewski, un funcionario de correos bávaro apasionado lector de Bighead y Los diarios de Reginald Dickinson. Quizá sea mejor contar esta historia desde el principio.
1. Bob Norman versus Horace Beemaster.
Durante décadas la vida y la obra del gran novelista Horace Beemaster estuvieron en manos de Robert (Bob) Norman. Norman (1817-¿?), uno de los más relevantes críticos literarios estadounidenses de la primera mitad del XIX, se dio a conocer tras publicar sendas antologías de novelistas, poetas, escritores sociales y newest poetas of America. En la primera de estas antologías incluyó, como no podía ser de otro modo, a Beemaster lo que hizo que el novelista invitara a su casa al crítico. Durante aquella cita se fraguó su primera amistad. Sus relaciones se complicaron tras abandonar Beemaster por culpa de sus problemas con el alcohol la dirección del Green´s Magazine en la que le sustituyó Norman. La injusta desproporción entre sus sueldos (1100 dólares para el director entrante frente a los 750 del saliente) hizo que el novelista estuviese durante un tiempo distante con su amigo pero, según revela Fowler en Recovery of Horace Beemaster (1978), aquel trato desdeñoso descubrió en Norman una inconmensurable pasión y su odio hacia Beemaster duró lo que duró ya su vida que no se extinguió mucho más tarde que la de éste* Así el crítico llega a decir en el obituario que redactó para New York Times:
El escritor era muy conocido en este país y en Canadá, donde vivía; tenía lectores en Inglaterra y en varias naciones del continente europeo; pero tenía, si los tenía, muy pocos amigos (…) irascible, envidioso, escondía sus horribles pasiones bajo una capa de frío refinamiento, que tomaba la forma del más repelente de los cinismos
Lo curioso es que Beemaster, autodestructivo en vida, quiso seguir siéndolo más allá de la muerte y encomendó en exclusiva a Norman en su testamento recoger, compilar, editar y, en su caso, comentar su obra. El odio de Norman también sobrepasó la muerte de su otrora amigo. Dedicó el resto de su vida a desprestigiarle llegando, como demuestra Fowler en su libro, a falsear la correspondencia entre ambos y a inventarse datos apócrifos que, poco a poco, fue incluyendo en su biografía: la expulsión de Beemaster de la Universidad de Utah, el carácter plagiario de Los diarios de Reginald Dickinson o una homosexualidad nunca aceptada que le llevaron a ser violento con su esposa e hijos. No pudo hurtar el valor de sus novelas pero sí creó una máscara tras la que escondió a sus seguidores de la verdadera personalidad de Horace Beemaster.
*Traducción de Sabino Ordás
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