ONIRIA.
Estaba intentando conciliar el sueño al aire libre, en el patio interior de un enorme edificio de piedra que parecía una cárcel. En una de las esquinas de ese patio se alzaban unas escaleras en forma de escaños y en el último de los escalones estaba tumbado yo, arropado con mantas y sábanas y con mi cabeza cómodamente apoyada en una mullida almohada. Veía sobrevolar pájaros, en su gran mayoría patos que volaban con las patas abiertas. Me tranquilizaba tenerlos controlados porque así podría esquivar sus excrementos en caso de que se les diera por defecar. Intuí que uno, cuya trayectoria pasaba sobre mi cabeza, iba a evacuar en pleno vuelo y me tapé con el cobertor. A pesar de ser un grueso edredón veía perfectamente como seguían pasando patos, cada vez más. Cuando hubo un momento libre, me levanté y me fui somnoliento.
Estaba intentando conciliar el sueño al aire libre, en el patio interior de un enorme edificio de piedra que parecía una cárcel. En una de las esquinas de ese patio se alzaban unas escaleras en forma de escaños y en el último de los escalones estaba tumbado yo, arropado con mantas y sábanas y con mi cabeza cómodamente apoyada en una mullida almohada. Veía sobrevolar pájaros, en su gran mayoría patos que volaban con las patas abiertas. Me tranquilizaba tenerlos controlados porque así podría esquivar sus excrementos en caso de que se les diera por defecar. Intuí que uno, cuya trayectoria pasaba sobre mi cabeza, iba a evacuar en pleno vuelo y me tapé con el cobertor. A pesar de ser un grueso edredón veía perfectamente como seguían pasando patos, cada vez más. Cuando hubo un momento libre, me levanté y me fui somnoliento.
3 de julio de 2006.
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