Está Tomás Moro, ya canciller (y sin embargo siempre jurista), con su mujer, Alicia; su hija, Margarita, y su vehemente yerno, Roper. Acaba de marcharse de vacío el viscoso Rich, un trepador que, al no recibir de Moro la prebenda esperada, amenaza con alinearse junto a los enemigos mortales del canciller. Roper y Alicia claman por el arresto inmediato de Rich.
Roper: Arrestadlo.
Alicia: ¡Sí!
Moro: ¿Por qué?
Alicia: ¡Porque es peligroso!
Roper: Por calumnia; es un espía.
Alicia: ¡Lo es! ¡Arréstalo!
Margarita: Padre, ese hombre es malo.
Moro: Eso no es bastante ante la ley.
Roper: ¡Sí lo es para la ley de Dios!
Moro: Dios entonces puede detenerlo.
Roper: ¡Sofisma sobre sofisma!
Moro: Al contrario, la sencillez suma: la ley. Yo entiendo de la ley, no de lo que nos parece bueno o malo. Y me atengo a la ley.
Roper: ¿Es que ponéis la ley del hombre sobre la ley de Dios?
Moro: No, muy por debajo. Pero deja que te llame la atención sobre un hecho: yo no soy Dios. Tú quizá encuentres fácil navegar entre las olas del bien y del mal; yo no puedo, no soy práctico. Pero en el bosque espeso de la ley, ¡qué bien sé hallar mi camino! dudo que haya quien me pueda seguir dentro de él, gracias a Dios... (Esto lo dice para sí)
Alicia:(exasperada, señalando por donde se marchó Rich): Mientras que hablas, se escapó.
Moro: El propio diablo puede escaparse mientras que no quebrante la ley.
Roper: ¿De modo que, según vos, el propio diablo debe gozar del amparo del Derecho?
Moro: Sí. ¿Qué harías tú? ¿Abrir atajos en este selva de la ley para prender más pronto al diablo?.
Roper: Yo podaría a Inglaterra de todas sus leyes con tal de echar mano al diablo.
Moro: (interesado y excitado): ¿Ah, sí? (Avanza hacia Roper.) Y cuando hubieses cortado la última ley, y el diablo se revolviese contra ti, ¿dónde te esconderías de él? (Se aparta.) Este país ha plantado un bosque espeso de leyes que lo cubre de costa a costa, leyes humanas, no divinas. Pero si las talas, y tú serías capaz; ¿te imaginas que ibas a resistir en pie los vendavales que entonces lo asolarían? (Tranquilo.) Sí, por mi propia seguridad yo otorgo al diablo el amparo de la ley.»