martes, abril 25, 2006

CIRCE, DIJO ÉL. Un reportaje de Walerico Spliff.


CIRCE, DIJO ÉL.
En la muerte del último héroe militar español.

W. SPLIFF. El valeroso Teniente López-Two, héroe de la rerreconquista de Perejil (Isla Leíla) y bizarro adalid de la organización de las elecciones de Afganistán falleció entre mis brazos, ironías de Marte, tronzado por las hachas de los vándalos que invadieron las oficinas de LE ROSAIRE el pasado trece de septiembre. «Mis cenizas a Circe», fueron sus penúltimas palabras inmediatamente antes del «¡Viva España! ¡Viva el Rey!» en el que están obligados a invertir su último aliento los militares so pena de que sus cónyuges supérstites pierdan el derecho a toda pensión. «Será tu bautismo de fuego en el periodismo de investigación, modalidad búsqueda del significado de últimas palabras ─me dijo entre sollozos Friztgerald mientras intentaba recomponer uno de sus embudos favoritos que las huestes enemigas habían destrozado─ averigua qué o quién es “Circe” y escríbelo»
El Teniente vivía en el Cuartel Concepción Arenal y su viuda, relativamente desconsolada, me recibió muy amablemente: «No sé nada de “Circe” ¿Está seguro que le dijo eso? » Cuando ya iba abandonar las instalaciones castrenses, un militar de altísima graduación (aún no me aclaro bien con el escalafón pero este tenía cinco o seis pares de estrellas en los hombros y andaba ligeramente inclinado hacia delante por el peso del medallamen que colgaba de su pecho) llamó mi atención desde detrás de una farola. «Acompáñeme joven y le diré todo sobre Circe» No sin temor, me acerqué a aquel hombre. «Circe es un proyecto ultrasecreto de armas biológicas defensivas que España desarrolla en suelo Afgano con la colaboración de otras potencias para acabar con la hegemonía mundial portuguesa » Hasta mis manos ya había llegado el conocido como INFORME CADMIO en el que se describe la costosa operación de mentiras y falsedades con la que el Reino de España ha conseguido hacernos creer que Portugal era un pueblo subdesarrollado gobernado por hirsutas mujeres y permanentemente asuelado* por los incendios. Si un militar me revelaba tan alto secreto era porque las palabras del difunto escondían algo aun más importante. «Esos es todo lo que le puedo decir, buenos días», concluyó mientras se alejaba dejándome inmerso en mis reflexiones. Diez minutos después unas voces me sacaron de ellas: «¿Qué hace en medio del campo de minas?» El militar, mientras me hablaba, me condujo hasta el cen-tro de un campo de maniobras del que no esperaba que saliese… por eso me había dicho toda la verdad sobre Portugal. Horas después y tras algunos fallos, que costaron la vida a doce de los más expertos desactivadores de minas de nuestros Ejércitos, me sacaron empleando un helicóptero.
Enseñé el salvoconducto que el Ministro de Defensa había entregado en LE ROSAIRE tras la firma del convenio por el que se publica esta sección (ver número siete) y dije «Llévenme a Afganistán». Al día siguiente, quince de septiembre, me uní al relevo que iba a ser enviado al expaís de los talibanes en un Hércules que salió de Torrejón a las trece horas. Mientras sobrevolábamos el Mediterráneo los soldados más bisoños no dejaban de preguntar a su superior inmediato: «¿Cuándo llegamos?» Este Oficial, maternal y abnegado, siempre les respondía con buenas palabras y organizaba juegos para alejar el aburrimiento de las tropas, jugaron al veo-veo, a decir por turnos lo que les sugerían las formas muelles de las nubes y a deshacer y hacer sus mochilas que es un divertimento marcial que siempre ha hecho las delicias de la clase de tropa y marinería. En Afganistán llovía tanto que los hombres habían arrancado los burkas a sus esposas para guarecerse bajo ellos del agua. Las féminas ruborizadas corrían a esconderse tras un camello, una palmera o un obús para que no las viésemos. Una, con grácil trote, se introdujo en una construcción de bloques sobre cuya puerta un cartel rezaba “Circe”. No pude creer mi suerte, me arrojé del todoterreno y la seguí. Dentro de la casa, otra mujer, ésta con el velo reglamentario, se acercó a mí. Le enseñé una foto del Teniente difunto, ella tras asentir con la cabeza balbuceó un «Follow me» y apartó una cortina que daba acceso a otra sala y allí en un sillón frente al televisor pude ver al Teniente López-Two que, ebrio de gloria, chillaba y reía a un tiempo mientras intentaba articular un monosílabo preñado de felicidad: «Gol»


* Ver el Diccionario Panhispánico de Dudas de la R.A.E. de próxima aparición.
Publicado en el número trece de Le Rosaire de l´Aurore, septiembre de 2005.

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