domingo, decembro 22, 2013

Breve antología de magos de oriente

O semanario Bierzo 7 publicou no seu número de esta semana esta colaboración d'O Rucho:


Epifanía uno, Urbano Lugrís González



En la iglesia copta creen que los Magos de Oriente eran doce, como los doce Apóstoles, y que uno era músico, y éste en homenaje al Señor Jesús, que estaba en las pajas del pesebre, tocó su instrumento, que era de cuerda (...) Por lejanos caminos, tres o doce, o trescientos, como creían en Bizancio, se vuelven a sus países de Levante los señores Magos.



(El mundo y sus ventanas, Alvaro Cunqueiro, intervención radiofónica en RNE de A Coruña, 08.01.1962)



Nuestra tradición nos ha hablado siempre de los tres magos de oriente; pero si acudimos a las leyendas e historia de otros países, por ejemplo a la Bizantina que cita Cunqueiro, podemos encontrar hasta trescientos, de todas formas poco se sabe más que sus nombres. Sirva esta pequeña antología de textos dispares para acercar al lector las vidas de aquellos astrónomos y magos que fueron los primeros en saber del nacimiento del Mesías.




DON MELCHOR

«Don Melchor tras cruzar el umbral de la cuadra no pudo contener las lágrimas al ver por vez primera al niño Dios y recordar lo que había leído en el vuelo de los pájaros: que aquella piel sonrosada iba a terminar atravesada por clavos y lanzas.

(Vidas de algunos santos, de Sem Tob ben Ishaq ibn Ardutiel, siglo XIV)



DON ANABAR


« (...) fue célebre médico entre egipcios un mago de nación persa que había entre los doce que vinieron a Belén a adorar al Niño. Y llamaban al tal mago, Anabar. Se dijo de él que era tan sabio que oía las enfermedades en el interior del hombre. Anabar después de largos años de médico en Alejandría retiróse al desierto, por el que cabalgaba montado en un león. Anabar tenía una luenga barba en la que se aposentó un enjambre de abejas, y el mago se dejó estar quieto todo un año, por no asustarlas, y cuando el enjambre se escindió y ambos reinos volaron lejos, Anabar se alimentó durante meses con la miel que habían dejado en sus barbas, y con la cera hizo una cruz, ante la que oraba, en su choza de barro. En la que vivió ciento noventa años.»


(Apoplétikus, tratado de dieta médica, cocina, música y gimnasia, monje Niffón, siglo II d.C.)



DON GASPAR



«Las tripas del cuarto vencejo insistían en lo mismo:



Viaja a poniente y tras muchas jornadas de viaje encontrarás lo que te guíe al parto del hijo de Dios.



Lo discutió con sus discípulos: ¿Podía el Emperador dejar embarazada a una mujer de un país en el que nunca había estado?»



(Uno de los doce fragmentos que se conservan de Las noches de los sabios, de NIU CHIAO, letrado y poeta chino, del siglo IX.)




DON BREN



« (...) por aquél entonces, don Bren, el mago de la corte del rey Xan leyó en el vuelo de las sardinas el nacimiento del Mesías que esperaban los judíos. Lo consultó con el rabino de Orzán que inicialmente no dijo nada pero tras dos días de interpretar la Torá, lo negó.



Ambos sabios fueron a consultar al rey que lejos de mediar en sus disputas religosas, siempre fueron muy cautos en materia ideológica los reyes de la ciudad sumergida, les dijo que debían respetarse y permitió a Bren abandonar la corte por el tiempo que fuera necesario para comprobar la realidad de su augurio.



Al día siguiente, con la bendición del Rabino y una piña de percebes, con la que pretendía dar la bienvenida al hijo del Hombre, Bren abandonó Orzán. Nadó hacia el sur y, antes de alcanzar las columnas de Heracles, una enorme medusa llamó su atención y le guió por las aguas del Mediterráneo hasta la playa de Ascalón. Allí, cuando salió a la superficie se encontró con otros Magos que habían acudido a una llamada parecida.(...)»



(Leyendas de la ciudad de Orzán, Görthveiller, siglo XVIII)



DON BALTASAR


« Al día siguiente de su partida los acreedores hicieron valer las prendas que el mago había dado para poder costearse el viaje y pagar la mirra.


- Está loco, se ha marchado persiguiendo una estrella. Está claro que no va a volver, dijo uno de los usureros ante el juez.


Las esposas e hijos del astrónomo apenas supieron cómo defenderse («Es verdad. Está loco», pensaban) y se limitaron a contemplar con pena como los alguaciles se llevaron las cabras y la vaca, cercaron las fincas y fijaron el foro que deberían pagar si querían seguir habitando su casa y labrando la parte de la huerta que el magistrado consideró «suficiente para su subsistencia». Las esposas, que no confiaban en el regreso del mago, contrajeron nuevos matrimonios. Al frente de la casa quedaron dos de sus hijos, los mayores.


Meses después don Baltasar regresó al pueblo con la Buena Nueva. Había parado en todas las aldeas del camino para contar los signos que acompañaron al nacimiento de Jesús. «Sin la más mínima duda: es Emmanuel», acababa siempre su relato. Sus hijos no le dejaron entrar en casa «Eres nuestra ruina. Un inconsciente. ¡Vete!» Él los comprendió. Dejó atado su caballo a la puerta y en las alforjas todo lo que quedaba de su equipaje (la túnica de los domingos, su espada y el astrolabio), «ya no los necesitaré más». Se fue a otras tierras a comenzar una vida nueva. Continuó mirando las estrellas pero dejó de medirlas.»



(Silva de flores curiosas, Pablo da Souza, siglo XVI)





Aquí poden ver a páxina do periódico: Bierzo 7: Breve antología de magos de oriente


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