El pasado 17 de agosto La Voz de Galicia publicó dentro de su concurso RELATOS DE VERÁN un cuento mío (Cheek to cheek). Lamentablemente un error del sitio virtual del diario gallego no permite leerlo en internet. Para ahorraros el paseo hasta la hemeroteca más cercana lo transcribo aquí. Espero, como siempre, vuestras críticas.
CHEEK TO CHEEK.
Marcos esperaba impaciente sin atreverse a probar el café, la taza medio vacía delataría el tiempo que llevaba aguardando. Lola, con casi media hora de retraso, entró sonriendo y tras descubrirle sentado en su mesa, en la misma mesa en la que habían compartido tantas tardes, aceleró el paso. Él se levantó y un largo beso fue el testimonio de la larga separación. El amorucón hizo que en las demás mesas los santos se fueran al cielo y que todos los ojos siguieran las aventuras de las cuatro manos por las cinturas. Separaron lentamente sus labios, demorándose en la sensación de no ser uno, y dejaron descansar sus miradas en los ojos del otro.
Lola hizo un gesto, un breve movimiento de sus dedos índice y pulgar, que él entendió perfectamente. Se sentaron y pidieron dos cafés. Ella dijo, sin dejar de sonreír: «Tengo que ir un momento al baño». Cuando se levantó los parroquianos no pudieron evitar seguir la estela del vuelo de su falda. Marcos miró el reloj, tamborileó con sus dedos en el mármol de la mesa y, aprovechando el momento en que el camarero servía los dos cafés, se levantó. Uno de los hombres que ocupaba la mesa de al lado dio un codazo a su compañero, «Va al baño» dijo sonriendo.
Marcos llamó dos veces a la puerta en la que se leía «Mujeres». El pestillo chirrió y una mano le agarró por el cinturón arrastrándolo al interior. Sus labios se volvieron a unir sedientos de "nosotros". Las manos de Lola subieron por la espalda de Marcos mientras las de él se aferraban a su cintura para evitar que se volviera a marchar.
Tomaron aire un segundo. Los dedos de Lola se entrelazaron tras la nuca de Marcos, mientras él estrechaba el abrazo aproximando aún más sus cuerpos. Se besaron, esta vez fugazmente, y a un tiempo comenzaron a tararear una canción de un viejo musical estadounidense. En el reducido espacio entre el lavabo y el retrete de aquella cafetería Marcos y Lola volvieron a bailar.
Marcos esperaba impaciente sin atreverse a probar el café, la taza medio vacía delataría el tiempo que llevaba aguardando. Lola, con casi media hora de retraso, entró sonriendo y tras descubrirle sentado en su mesa, en la misma mesa en la que habían compartido tantas tardes, aceleró el paso. Él se levantó y un largo beso fue el testimonio de la larga separación. El amorucón hizo que en las demás mesas los santos se fueran al cielo y que todos los ojos siguieran las aventuras de las cuatro manos por las cinturas. Separaron lentamente sus labios, demorándose en la sensación de no ser uno, y dejaron descansar sus miradas en los ojos del otro.
Lola hizo un gesto, un breve movimiento de sus dedos índice y pulgar, que él entendió perfectamente. Se sentaron y pidieron dos cafés. Ella dijo, sin dejar de sonreír: «Tengo que ir un momento al baño». Cuando se levantó los parroquianos no pudieron evitar seguir la estela del vuelo de su falda. Marcos miró el reloj, tamborileó con sus dedos en el mármol de la mesa y, aprovechando el momento en que el camarero servía los dos cafés, se levantó. Uno de los hombres que ocupaba la mesa de al lado dio un codazo a su compañero, «Va al baño» dijo sonriendo.
Marcos llamó dos veces a la puerta en la que se leía «Mujeres». El pestillo chirrió y una mano le agarró por el cinturón arrastrándolo al interior. Sus labios se volvieron a unir sedientos de "nosotros". Las manos de Lola subieron por la espalda de Marcos mientras las de él se aferraban a su cintura para evitar que se volviera a marchar.
Tomaron aire un segundo. Los dedos de Lola se entrelazaron tras la nuca de Marcos, mientras él estrechaba el abrazo aproximando aún más sus cuerpos. Se besaron, esta vez fugazmente, y a un tiempo comenzaron a tararear una canción de un viejo musical estadounidense. En el reducido espacio entre el lavabo y el retrete de aquella cafetería Marcos y Lola volvieron a bailar.
Sergio B Landrove tiene 39 años, es mecánico y vive en Ponferrada.