xoves, maio 18, 2006

Palabras fallidas ( IV )

CUENTOS.

Entonces comprendió que la comunicación iba a ser imposible. Se sentó en el suelo y con una piedra intentó representar, no se le daba bien el dibujo, el carro y el módulo. Señalando alternativamente ambos dibujos pretendía hacerles entender que aquel artefacto que tanto llamaba su atención era un carro para viaja por el firmamento. Dibujo también el Sol y las estrellas. El ser que primero había dejado las armas, que parecía ejercer cierta autoridad sobre los otros dos, deslizó de nuevo los dedos sobre su rostro y se agachó al lado de astronauta. Dibujó cinco líneas verticales paralelas y una espiral semejante a la que el hombre había dibujado para representar el sol. Se sintió incapaz de descifrar el jeroglífico. « ¿Cinco soles?», aventuró y para comprobar si se refería al número les señaló a ellos y trazó en el suelo tres rayas. El jefe las borró con la palma de la mano; estaba intentando decirle otra cosa. El astronauta sacó de la caja plateada el dibujo del sistema solar. Buscó en el firmamento y señaló un punto de luz a la vez que, sobre el mapa, indicaba la esfera azul que representaba la tierra. No parecía que aquel humanoide entendiese lo que quería decir pero, inesperadamente, sacó de interior de su zamarra una especie de pergamino en el que con el dedo pulgar de su mano izquierda indicó un triángulo mientras que con el de la derecha apuntaba a una montaña que se alzaba en el horizonte, justo por el lugar por el que habían aparecido el carro. La comunicación empezaba a fluir pero la precariedad de los medios no les permitía mucho más y apenas le quedaba un día antes de iniciar el regreso. Entregó al jefe el mensaje de paz escrito en doscientas lenguas. El ser lo miró detenidamente del derecho y del revés y luego lo dejó en el suelo. Señaló a la nave y al carro alternativamente repitiendo los gestos que antes había visto hacer al astronauta. Éste, creyendo que los aborígenes habían comprendido, se acarició la escafandra de arriba abajo con los dedos índice y corazón. Los otros dos, que hasta el momento habían permanecido observando en silencio a su cabecilla y al extraño, salieron corriendo y se subieron al módulo, su jefe los siguió. Se movían más deprisa de lo que uno podía imaginarse al ver sus endebles extremidades y cuando el humano quiso alcanzarlos la escotilla ya estaba cerrada.

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