CUENTOS
Subió a la cabina y se sentó a esperar. Puso en funcionamiento tres de los robots de reconocimiento y exploración, llevaba casi seis horas de retraso por lo que tendría que suspender los experimentos XII-A, XII y XIV. Toda eventualidad estaba programada. Comió algo y decidió descansar pues cuando recuperase el contacto le esperaba un duro trabajo. Ninguna llamada de la estación le despertó.
Cuando, veinte horas después de su llegada, salió de nuevo a la superficie para recoger muestras del terreno los vio por primera vez. Una nube de polvo en el horizonte le anunciaba que algo se le estaba acercando. Ajustó el teleobjetivo de sus gafas y vio claramente a tres personas, no demasiado diferentes a seres humanos, subidos a un rudimentario carro tirado por un animal semejante a un caballo. En más o menos media hora llegarían al módulo. Subió corriendo a la cabina e intentó, de nuevo sin éxito, comunicarse con la base. El carácter histórico de su viaje se había multiplicado, iba a ser el primer humano que contactase con vida extraterrestre inteligente. No recordaba bien cuáles eran los pasos que marcaba el protocolo, era tan improbable que hubiera civilizaciones alienígenas que sólo había recibido un curso de seis horas al principio de su carrera como astronauta, de eso hacía ya demasiado tiempo. Recordaba, sí, la caja plateada con los mensajes de buena voluntad de los gobiernos de la tierra que todos los vehículos espaciales llevaban. Una resolución de las Naciones Unidas lo impuso hacía diez años y su cumplimiento levantó cierta polvareda en las agencias espaciales que se vieron obligadas a alterar los diseños de los medios de transporte para hacer sitio a la dichosa cajita con el consiguiente incremento de gastos. Desde la cabina vio que aquellos seres se vestían con pieles curtidas y portaban lanzas y espadas de algún metal. Iban armados. Necesitaba algo que pudiese ser utilizado para mantenerlos alejados del módulo porque cualquier desperfecto en el mismo supondría morir en aquel planeta. Seleccionó entre las herramientas y los recambios los más contundentes y siguió observando cómo se acercaban. Pese al peligro decidió salir a su encuentro y recibirles lejos de la nave. Dejó todo preparado para iniciar el regreso en caso de emergencia.
Subió a la cabina y se sentó a esperar. Puso en funcionamiento tres de los robots de reconocimiento y exploración, llevaba casi seis horas de retraso por lo que tendría que suspender los experimentos XII-A, XII y XIV. Toda eventualidad estaba programada. Comió algo y decidió descansar pues cuando recuperase el contacto le esperaba un duro trabajo. Ninguna llamada de la estación le despertó.
Cuando, veinte horas después de su llegada, salió de nuevo a la superficie para recoger muestras del terreno los vio por primera vez. Una nube de polvo en el horizonte le anunciaba que algo se le estaba acercando. Ajustó el teleobjetivo de sus gafas y vio claramente a tres personas, no demasiado diferentes a seres humanos, subidos a un rudimentario carro tirado por un animal semejante a un caballo. En más o menos media hora llegarían al módulo. Subió corriendo a la cabina e intentó, de nuevo sin éxito, comunicarse con la base. El carácter histórico de su viaje se había multiplicado, iba a ser el primer humano que contactase con vida extraterrestre inteligente. No recordaba bien cuáles eran los pasos que marcaba el protocolo, era tan improbable que hubiera civilizaciones alienígenas que sólo había recibido un curso de seis horas al principio de su carrera como astronauta, de eso hacía ya demasiado tiempo. Recordaba, sí, la caja plateada con los mensajes de buena voluntad de los gobiernos de la tierra que todos los vehículos espaciales llevaban. Una resolución de las Naciones Unidas lo impuso hacía diez años y su cumplimiento levantó cierta polvareda en las agencias espaciales que se vieron obligadas a alterar los diseños de los medios de transporte para hacer sitio a la dichosa cajita con el consiguiente incremento de gastos. Desde la cabina vio que aquellos seres se vestían con pieles curtidas y portaban lanzas y espadas de algún metal. Iban armados. Necesitaba algo que pudiese ser utilizado para mantenerlos alejados del módulo porque cualquier desperfecto en el mismo supondría morir en aquel planeta. Seleccionó entre las herramientas y los recambios los más contundentes y siguió observando cómo se acercaban. Pese al peligro decidió salir a su encuentro y recibirles lejos de la nave. Dejó todo preparado para iniciar el regreso en caso de emergencia.
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