El flamante Rector de la Universidad de Compostela comenzó a hacerse a su nuevo lugar de trabajo: revisó la librería y los cajones del escritorio pero lo que más llamó su atención fue un pequeño estuche negro que encontró dentro del armario empotrado en el que se guardaban los símbolos de su nueva Autoridad. La cajita no contenía joyas sino una vieja llave y en su tapa se leía “Biblioteca de la Universidad”. La extrañó tanto que llamó a su predecesor “Sí, claro que sé lo que es, en la Biblioteca Xeral hay un archivo en el que se conservaron en el pasado algunos ejemplares prohibidos con la anuencia del Arzobispado, parece ser que la excusa era la necesidad de conservar los malos ejemplos pero con garantías para que no cayesen en manos de cualquiera. Así que para acceder al archivo se necesitaban dos llaves... la otra la tiene el Arzobispo... Hoy la sala debe estar vacía pero Vicente Risco afirmaba que en ella se guarda el original del Libro de San Cipriano, una especie de manual para contactar con el Maligno...”; “¿Entraste en ese archivo?”; “No –replicó el rector saliente— ya sabes que me dan bastante miedo estas cosas”; “¡Cómo sois los creyentes!”; “No me jodas, Xose!”
Le dijo a su secretario que solicitase una entrevista con el Arzobispo lo que no fue posible hasta la semana siguiente. Diez minutos antes de la hora fijada el Rector cruzaba bajo su paraguas el Obradoiro. El Prelado le esperaba en el zaguán del Palacio: “¡Hola Xosé!”; “¡Buenas tardes, Ramón!”. Habían coincidido en el seminario antes de que Xosé se decantase por la Física. “¿Qué sabes de esto?” –preguntó el Rector sacando del bolsillo de la gabardina el estuche con la llave. “Casi todo”. Veinte minutos después le había contado toda la historia del cuarto de los prohibidos y le enseñó en el catálogo la referencia del Libro de San Cipriano. “Ramón, tú no crees en Satanás ¿verdad?”; “La verdad –bajó la voz el mitrado- es que tengo mis dudas... pero no por falta de testimonios, te podría contar historias escalofriantes… ¿Tú crees?”; “No lo sé: me cuesta menos negar a Dios que al Diablo”; “Para mis colegas más ortodoxos eso es prueba evidente de su existencia”. Fijaron la fecha en la que visitarían el archivo, el jueves de la semana siguiente por la noche. Entrarían a la Biblioteca desde el Rectorado. Mientras planeaban todo no pudieron evitar reírse: “¡Parecemos personajes de Torrente Ballester!” –dijo el mitrado. Recordando los tiempos del seminario el rector concluyó: “Estamos cometiendo un acto de compostelanidad”
Aquel jueves el Arzobispo decidió terminar el Rosario de camino pues la impaciencia no le permitió quedarse en Palacio esperando. La puerta del Rectorado esperaba abierta al Mitrado Subieron al claustro superior desde el que pasaron a la Biblioteca. Tras cruzar diez salas plagadas de libros y legajos llegaron a una enorme reja. El cuarto de los prohibidos. Se santiguaron y abrieron los dos candados sin dificultad a pesar del óxido que acumulaban. Don Ramón se encomendó al arcángel: “Quién como Dios” –musitó.
El guarda de seguridad, que prefirió no hacer preguntas, les vio salir a la media hora ambos les dieron las buenas noches. Al día siguiente en Misa de doce el Arzobispo apareció con un brazo en cabestrillo por lo que bendijo (como Belcebú) con la mano izquierda; mientras que en uno de los últimos bancos, el Rector con sonrisa de gárgola se santiguaba, también, con la siniestra.
Le dijo a su secretario que solicitase una entrevista con el Arzobispo lo que no fue posible hasta la semana siguiente. Diez minutos antes de la hora fijada el Rector cruzaba bajo su paraguas el Obradoiro. El Prelado le esperaba en el zaguán del Palacio: “¡Hola Xosé!”; “¡Buenas tardes, Ramón!”. Habían coincidido en el seminario antes de que Xosé se decantase por la Física. “¿Qué sabes de esto?” –preguntó el Rector sacando del bolsillo de la gabardina el estuche con la llave. “Casi todo”. Veinte minutos después le había contado toda la historia del cuarto de los prohibidos y le enseñó en el catálogo la referencia del Libro de San Cipriano. “Ramón, tú no crees en Satanás ¿verdad?”; “La verdad –bajó la voz el mitrado- es que tengo mis dudas... pero no por falta de testimonios, te podría contar historias escalofriantes… ¿Tú crees?”; “No lo sé: me cuesta menos negar a Dios que al Diablo”; “Para mis colegas más ortodoxos eso es prueba evidente de su existencia”. Fijaron la fecha en la que visitarían el archivo, el jueves de la semana siguiente por la noche. Entrarían a la Biblioteca desde el Rectorado. Mientras planeaban todo no pudieron evitar reírse: “¡Parecemos personajes de Torrente Ballester!” –dijo el mitrado. Recordando los tiempos del seminario el rector concluyó: “Estamos cometiendo un acto de compostelanidad”
Aquel jueves el Arzobispo decidió terminar el Rosario de camino pues la impaciencia no le permitió quedarse en Palacio esperando. La puerta del Rectorado esperaba abierta al Mitrado Subieron al claustro superior desde el que pasaron a la Biblioteca. Tras cruzar diez salas plagadas de libros y legajos llegaron a una enorme reja. El cuarto de los prohibidos. Se santiguaron y abrieron los dos candados sin dificultad a pesar del óxido que acumulaban. Don Ramón se encomendó al arcángel: “Quién como Dios” –musitó.
El guarda de seguridad, que prefirió no hacer preguntas, les vio salir a la media hora ambos les dieron las buenas noches. Al día siguiente en Misa de doce el Arzobispo apareció con un brazo en cabestrillo por lo que bendijo (como Belcebú) con la mano izquierda; mientras que en uno de los últimos bancos, el Rector con sonrisa de gárgola se santiguaba, también, con la siniestra.
4 comentarios:
Muy bueno, y muy lovecraftiano el arranque
Pues será pura coincidencia. No he leído a Lovecraft, más por falta de tiempo que de ganas.
Te lo recomiendo. ¿O no?
Hay cosas que el ser humano no debería conocer...
Sólo con mencionar a Lovecraft ya has avivado la curiosidad que tenía. Si no debo conocerlo lo siento pero creo que pasa a formar parte de la lista de libros A LEER.
Gracias.
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