luns, febreiro 20, 2006

Dolor, de Rodrigo Osorio.

La Voz de Galicia, 13 de agosto de 2003.

En mitad de la noche se desveló. Tenía la boca seca. «El maldito aire acondicionado va a acabar conmigo». Somnoliento miró el reloj. Fue al baño y, antes de acostarse, bebió un poco de agua. Su boca pastosa estaba peor que en sus peores resacas.
Cuatro horas después, que a él le parecieron meses de sufrimiento, el despertador comenzaba a sonar. Las ocho de la mañana. Ahora la sequedad de la boca estaba acompañada de un dolor que yo no sabría describir. (Más tarde nuestro protagonista dirá al médico que era «seco, sordo, monótono... algo parecido a tener la boca dormida»). No sentía la lengua y le resultaba difícil moverla. Su boca estaba lenta. Farragosa.
En la cocina, tras beber dos vasos de agua, puso la cafetera al fuego; el dolor, mientras tanto, se agudizaba removiendo los cimientos de sus encías. Por un momento creyó que le comenzaban a sangrar. Echó dos cucharadas de azúcar en la taza y sacó la caja de las galletas del armario. Mientras la cafetera terminaba fue a arreglar la habitación. El dolor crecía, las sienes le palpitaban aceleradas impidiéndole pensar en otra cosa. Al levantar la almohada descubrió unas cuantas monedas de euro. Aturdido, en parte por el dolor en parte por la sorpresa, comenzó a contarlas. Eran treinta y dos. Entonces lo comprendió todo, corrió hacia el baño y, ya frente al espejo, abrió la boca. El ratoncito Pérez le había visitado de madrugada.

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