El rayo de sol se coló en la habitación por el agujero de la persiana. Comenzó iluminando una diminuta parcela a la altura del techo pero, según avanzaba la mañana, bajó deslizándose por la pared. A mediodía, superadas las volutas de la cabecera, reposó en su almohada. Entonces él se revolvió en la cama y el pequeño círculo iluminó su frente, justo en el lugar donde solía besarle al despedirme de él. Su carne comenzó a crepitar. Un grito espantoso acompañó el último estertor del vampiro.
luns, decembro 05, 2005
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