luns, decembro 19, 2005

Soñar (II).

O sono é o noso
El sueño es lo nuestro.
(Gonzalo Navaza. A torre da derrotA.)


Los sueños son fascinantes. Representan el nexo entre lo que hemos convenido en llamar “lo real” y “lo ficticio” (Repito, a riesgo de cansar a un eventual lector fiel de esta constelación, que en mi opinión “lo ficticio” también es “real” y que su opuesto debe identificarse con la palabra “acaecido”) Los sueños son tan acaecidos como ficticios, en ellos ambas pacelas se mezclan: usan de la materia de lo vivido sin diferenciar entre acaecido o pensado –tanto lo leído en un libro como cualquier anécdota son elementos de los que se puede nutrir nuestra imaginación para montar el sueño- y el propio sueño –pura “irrealidad”- puede determinar nuestro comportamiento cotidiano generando miedos pero también ilusiones.
Pero los sueños son más que esas milagrosas construcciones de nuestra mente mientras dormimos. La imaginación se alimenta de sueños. La literatura esta llena de sueños. (…) yo no he dejado de soñar leyendo (Jose María Merino. En un foro del diario El Mundo) También soñamos despiertos y no sólo historias sino también mundos nuevos, esos son los sueños de los hombres de acción.
Todos los hombres sueñan, pero no del mismo modo. Los que sueñan de noche en los polvorientos recovecos de su espíritu, se despiertan al día siguiente para encontrar que todo era vanidad. Más los soñadores diurnos son peligrosos, porque pueden vivir su sueño con los ojos abiertos a fin de hacerlo posible (T. E. Lawrence. Los siete pilares de la sabiduría)

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