A Lewis Carroll.
El escritor bisoño después de que alguien le dijera «te estás convirtiendo en un maestro del relato breve» no pudo contener una sonrisa de oreja a oreja. Minutos después leyó una crítica a su obra que la calificaba de «extraordinaria» y «más que recomendada». La sonrisa le siguió creciendo hasta que las comisuras de los labios se le encontraron en la nuca y su cabeza cayó al suelo cercenada por la vanidad.
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