martes, setembro 27, 2005

Una buena noticia.

Rodrigo Osorio, el alter ego del que les escribí el otro día, acaba de ganar un certamen literario organizado por la Concejalía de Juventud de su localidad natal, Ponferrada. Por mucho que los periódicos se empeñen en afirmar otras cosas el relato se titula N´geko y es el siguiente:

Sus padres habían muerto y no podían verle en aquél que era, sin duda, el momento más feliz de su vida. La idea casi le obsesionaba al saltar al terreno de juego “¡Qué pena que no estén aquí!”. Se aferraba a su vieja fe en la inmortalidad del alma. Miró hacia lo alto (¿Por qué no al suelo, como hacía su abuelo cuando hablaba con los muertos? Quizá llevaba demasiado tiempo en Inglaterra), miró hacia el cielo y murmuró “Papá, mamá esto lo voy a hacer por vosotros”. N´geko, jugador nacionalizado inglés, saltó al terreno de juego. Era la joven revelación de la “Premier League”. Un joven deportista de élite que de la noche a la mañana se había convertido en multimillonario. Dos mansiones, una colección de deportivos descapotables y siempre acompañado de las más bellas modelos de la tierra, N´geko era la envidia de todo el mundo. Era “indispensable” (así lo habían dicho varios de los más prestigiosos comentaristas deportivos) en el “Golden Team”, nombre por el que también se conocía a esta selección inglesa que había ido arrasando en los campeonatos del mundo juveniles y ahora llegaba, al fin, al absoluto. Nunca habían perdido un partido en competición oficial. “Su precisión, su rapidez y el juego aéreo los han convertido en el mejor equipo de fútbol que hemos visto en mucho tiempo” dijo Pelé en una entrevista a un diario deportivo brasileño. Ahora, ante la final contra Brasil, se habían recordado aquellas declaraciones.
Al llegar al centro del campo N´geko se santiguó, no era cristiano pero era una extendida costumbre entre futbolistas. El número nueve relucía en su espalda. Iba a comenzar el partido. Las gradas estaban a rebosar de banderas inglesas y brasileñas, el público estaba absolutamente entregado. A N´geko le hubiera gustado en aquel momento tener super-visión como la de los héroes de sus tebeos favoritos para saber si en la tribuna estaba Mara, su actual pareja, con ella, una superestrella de Hollywood, creía haber descubierto el amor. “Es imposible, entre cien mil personas no la encontraré” Después de pensar esto dudó de si era auténtico amor lo que sentía.
Al otro lado de las cámaras, que en aquel justo instante le enfocaban, millones de personas estaban pendientes de él que iba a echar a rodar el esférico. Las apuestas tenían un claro favorito: Inglaterra, ellos. Lo mejor de todo era que el equipo no estaba confiado, parecía que no notaban la presión, solamente sentían unas enormes ganas de divertirse jugando.
Puso su pie derecho sobre el balón, la grada guardó silencio. Recordó el campo del colegio, tierra y piedra, aquél día en que el ojeador le preguntó: “¿Quieres hacer unas pruebas para jugar en el Manchester United?” Él, con diez años, no se lo podía creer. Las hizo. Se trasladó al Reino Unido. Estudiaba y jugaba al fútbol. A pesar de la férrea disciplina no podía dejar de ser feliz: había conseguido abandonar la miseria. El segundo día uno de los profesores les dijo “Habéis empezado el curso doscientos alumnos de todo el mundo. No tengo que deciros que no todos acabaréis jugando en el primer equipo, ni siguiera todos llegareis a ser profesionales. Pero podéis serlo y si lucháis, los mejores lo conseguiréis.” Su abuelo le repetía cuando era pequeño: “No pierdas ninguna de las oportunidades que se te presenten. Ninguna. Agárrate fuertemente a ellas y no las sueltes. Si resistes lo conseguirás todo”. Para él el estricto régimen alimentario no fue un problema, en su país no estaba acostumbrado a comer todos los días. Entrenaba también en los momentos de descanso y estudiaba dos horas más que el resto de sus compañeros, en aquella escuela de fútbol daban mucha importancia al rendimiento académico.
Al sonar el silbato N´geko golpeó el balón. El lateral izquierdo Higgins avanzaba por su banda en jugada ensayada mil veces y cuando el defensa central se lo devolvió a N´geko, éste hizo un pase milimetrado a Higgins que remató ferozmente dando con la bola en el travesaño. Un murmullo de queja salió de la grada. El balón estaba en poder de los brasileños. N´geko reculó hacia su campo y vio los brillantes que relucían en sus botas formando su nombre. Hacer esas zapatillas había sido un acierto, con parte de los beneficios construyó una depuradora de agua en su pueblo. Walters, uno de los defensas, había arrebatado el balón al delantero canarinho. N´geko avanzó hacia la portería contraria ocupando su posición, a su izquierda sabía que estaba Higgins y a su diestra, un poco más retrasado, el lateral derecho, Benjamin. Le llegó el balón. Corrió. El público se levantó de sus asientos y gritaba enfervorizado. Pasó a Benjamin, éste se lo devolvió en una pared que, si marcaba gol, sabía que iba a ser una de las jugadas más comentadas del día siguiente. Dos defensas brasileños intentaban frenarle. Limpiamente le arrebataron el balón. También dijeron algo entre dientes, algo sobre su madre. El ataque de los sudamericanos estaba tan bien organizado como el suyo. Walters se había adelantado demasiado ocupando posiciones ofensivas, la defensa inglesa pivotaba sobre el central “pieza fundamental en el juego de los insulares”. Una falta de Thiney, defensa izquierdo, acabó con el ataque. “¡A la barrera!” –gritó Johnson. N´geko se unió a sus compañeros. Lanzaba Silvinho, “un auténtico Guillermo Tell de los libres directos”, Johnson le tenía bien estudiado, detuvo el tiro: “¡Arribaaaa!”. Salió corriendo, la pelota debía ir hacia sus pies y así lo hizo. Él frente a Reis, uno de los defensas de la selección brasileña. Paró el esférico, lo deslizó con la punta de su bota hacia atrás, lo elevó con el tacón y le hizo un perfecto sombrero. El público aplaudió a rabiar. Reis no se apartó. N´geko no fue capaz de llegar a su propio pase antes que el resto de la defensa. En la banda derecha Benjamin comenzó a gritarle que no era el único en el equipo.
Ese individualismo había comenzado en la escuela del Manchester, por aquél entonces publicaron un reportaje en The Times centrado en su historia, la del estudiante con mayor proyección de futuro de acuerdo con la opinión de sus profesores. Fue portada en el dominical. Ahí comenzaron las envidias de sus compañeros. Se sintió solo y aún comenzó a entrenar más para demostrarles de lo que era capaz. En la escuela potenciaron su individualismo por ser una de las características esenciales de todo gran delantero centro. Después de aquella portada lo entrevistaron para varias televisiones. Su carrera mediática había comenzado, sus tristes peripecias de huérfano de guerra alimentaron el fenómeno. La gente comenzó a quererle.
El contraataque brasileño les sorprendió a todos. N´geko pedía perdón a Benjamin y Walters (¿Qué le pasaba hoy a Walters?) aún seguía adelantado. Johnson no pudo hacer nada. Gol. La grada estalló en una explosión verde y amarilla a ritmo de samba. “¡Mierda!”. Benjamin corrió a coger la pelota del fondo de la red. No podían perder más tiempo. Lo puso en el centro. N´geko sacó de nuevo. Se la pasó a Walters, éste a Thiney que dio un patadón que hizo al balón cruzar medio campo hasta los pies de Higgins. Reis y sus dos compañeros en la retaguardia, Pessoa y Mansarda, parecían infranqueables. N´geko gritó: “A mí” lo que quería decir que había que pasar la pelota a Benjamin, libre en su banda y apoyado por Kenneth en el ataque. El cambio de juego despistó a la defensa pero no al portero que detuvo el tiro de Watson, otro de los mediocampistas. El entrenador gritó “Seguid jugando así. Rápido. Sois invencibles”
¿Habría ido Mara a verle? Ayer estaba en Grecia presentando su última película y dijo que quizá pudiera acercarse en la segunda parte pero, al decírselo, le tembló la voz. Sabía que le iba a dar una sorpresa pero... ¿cuál? Suponía que era una visita antes del partido pero el entrenador no la habría dejado pasar. Esperaba, al menos, un mensaje en el móvil pero también el entrenador les había quitado los teléfonos siete horas antes del encuentro... ¿Estaría en la grada? Quería celebrar el campeonato con ella. Le habían ofrecido un papel en su próxima película si ganaban el Mundial. Le apetecía mucho trabajar con Mara, quizá así pudiesen verse algo más de unas horas. Estaba muy enamorado.
El árbitro pitó anunciando el final de la primera parte. Fueron al vestuario. Les esperaban quince minutos de bronca, conocía muy bien a su entrenador, era el profesor de la escuela de fútbol que le había considerado “el chaval con mejor proyección de futuro”, en su tiempo había sido uno de los grandes. Ahora era Caballero del Imperio Británico. Pensaba ser como él en el futuro, un hombre respetado que frecuentaba los mejores ambientes de Inglaterra, amigo personal del príncipe y todo un juerguista. Él fue el que le aconsejó invertir en arte y comprar la mansión en España. “Menorca es un paraíso, ya verás”. Lo era. El último verano lo había pasado allí con una rubia monumental... “¿Cómo se llamaba?” Fue, de nuevo, la envidia de sus compañeros y portada en todos los periódicos. Por aquél entonces le ofrecieron lo de las zapatillas. Los de la empresa le visitaron en Menorca, le prestaron un yate para todo el verano y le cedieron un avión privado durante año y medio. No se pudo negar. Sólo puso una condición que en las zapatillas que hicieran para jugar él su nombre estuviera escrito con diamantes. Aceptaron.
No hubo cambios en el segundo tiempo. Salieron con más rabia, tenía ganas de jugar pero lo importante era ganar. “Lo importantes es ganar ─ había dicho el entrenador─ pero no podéis desatender la defensa, otro gol de los brasileños dejaría sentenciado el encuentro”. Todos retrasaron un poco sus posiciones. Brasil también salió a la defensiva pero algo más confiado por la ventaja en el marcador.
Claire recuperó el balón para Inglaterra inmediatamente después del saque y avanzó por el centro del campo. Tuvo que retrasarlo a la defensa pues los brasileños aún estaban ocupando su parte del césped. Todos comenzaron a jugar como mejor sabían, al primer toque, con la intención de sorprender a los cariocas. Una perfecta triangulación entre Higgins y N´geko que terminó en los pies de Benjamin dejó a éste solo ante Esteves, el portero brasileño. El delantero amagó un primer tiro que engañó al veterano cancerbero rematando a continuación lo que fue el primer gol de los británicos, las gradas recuperaron su predominante color rojiblanco. Cuando N´geko fue a abrazar a Benjamin miró hacia la tribuna y el resplandor de flashes le hizo saber que Mara había llegado justo para el segundo tiempo. Tenía que marcar un gol y dedicárselo, en el fragor de la batalla había olvidado a sus padres y sólo tenía ojos para la escultural pelirroja protagonista de “Holocausto: Mañana”. Se secó el sudor de la cara con la manga de la camiseta. Benjamín le dijo con tono de reto: “El siguiente lo tienes que marcar tú”.
Los brasileños no se dieron por vencidos y plantaron cara con una férrea defensa al hombre que apenas hizo brillar a los delanteros ingleses durante el resto de la segunda parte. Las cosas se estaban poniendo serias y el entrenador inglés decidió arriesgar. Sacó a otro centrocampista más ofensivo, Stuart que sustituyó al, hasta entonces, imperceptible O´Connor. El ataque comenzó a hacer mella en los americanos, Reis cada vez se movía más lentamente, Pessoa parecía no haberse recuperado del todo bien de la lesión de la última semana y N´geko creyó ver en el espacio defendido por el de Bahía su oportunidad de marcar. Se acercó a Walters y susurró “Pessoa”, poco a poco todos fueron sabiendo lo que había que hacer. En un contraataque subieron por la banda izquierda, Higgins estaba extenuado pero sabía que ese podía ser el último esfuerzo del partido. Era una finta, una finta que funcionó. Mansarda, el defensa brasileño más fresco, se acercó a aquella banda dejando a Pessoa en su lugar. Walters cambió el juego como un relámpago retrasando para Stuart que envió a Benjamin que ahora avanzaba por el centro del terreno de juego. Cuando Pessoa advirtió el avance de N´geko era demasiado tarde. Estaba solo con el balón en sus pies, frente a Esteves. No dudó ni un segundo: golpeó el balón con todas sus fuerzas. “A esa distancia N´geko es infalible” ─dijeron, a la vez, todos los periodistas radiofónicos destacados en el encuentro. El veterano portero no pudo pararlo. La grada era una fiesta. N´geko salió corriendo hacia el centro del campo con los brazos extendidos en cruz volando aupado por los gritos de los aficionados ingleses. Sus compañeros le seguían para abrazarle. Johnson saltaba en la portería.
Desde una de las bandas un todoterreno con una enorme cruz roja en el capó atravesaba el campo levantando una enorme polvareda. El público enmudeció. El conductor señaló a su acompañante, un médico, a un niño de diez años que corría con los brazos en cruz sobre las ruinas de su casa destrozada por un bombardeo.
“¿No son increíbles los niños? Está jugando aún después de lo de esta mañana”
“Para”─dijo el médico. Se bajó y acercándose al niño le preguntó: “¿Vivías aquí?”
El flamante campeón del mundo comenzó a llorar y señalando los escombros contestó: “Mis padres estaban en casa. Los han matado.”







N´Geko es un relato de Sergio B. Landrove que recibió el primer premio del Concurso de Relatos CIMA 2005 organizado por la Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de Ponferrada. De acuerdo con las bases del mismo al Ayuntamiento corresponden sus derechos.

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