Los hijos de doña Angustias
no tenían casi nada,
por no tener no tenían
ni ropa que los mudara.
A última hora su madre
el vestido les lavaba
y por la noche tendido
dejaba que se secara.
Se levantaba temprano
para remendar las faldas
y que sus hijos salieran
decentes de aquella casa.
Mientras en estos trabajos
sus manos ella ocupaba
no dejaba de cantar
sin pensar lo que cantaba:
igual entonaba un tango
que canción republicana
y de «La internacional»
a una ranchera pasaba
sin darse cuenta de que
su vida hasta peligraba
si alguno de los matones
escuchaba las tonadas
que a su boca le venían
de tenerlas escuchadas.
La preciosa voz de Angustias
despierta a la niña Ignacia
que tararea con ella
bajito desde la cama.
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